El neoplatonismo y la corriente platónica
En sentido estricto, se denomina «neoplatonismo» a aquella corriente filosófica, de carácter platónico, que tiene su origen aproximadamente en el siglo II con la obra de Plotino, al cual dedicaremos ya en un futuro algún artículo relativo a su vida, trabajo y obra.
El neoplatonismo se prolongaría, a su vez, en distintos lugares durante los siglos posteriores, destacando neoplatónicos muy importantes, como Jámblico, Porfirio, Edesio de Capadocia, o Proclo.
Tal y como hemos visto detalladamente en muchos post recogidos en este espacio, Platón había distinguido dos mundos, el mundo inteligible (mundo de las ideas), y aquel mundo sensible, construido a imitación de aquellas. Como ya sabemos, por encima de estas últimas ideas colocó la idea de Bien, como realidad suprema y principio primero. Pero, además de estos dos mundos, Platón había introducido asimismo en su sistema el demiurgo, que consistía en el dios que construye el mundo sensible tomando como modelo las ideas. No obstante, y como ocurre con toda hipótesis o teoría, en este caso naturalmente filosófica, existían aspectos que no estaban del todo claros: ¿dónde se hallan las ideas?, ¿qué relación existe entre el Bien y el demiurgo?, ¿cómo, a partir de un principio supremo, se ha originado la pluralidad de los seres tanto materiales como inmateriales?
La actitud de la corriente platónica ante, por ejemplo, la última de ellas (relacionada con el origen propio del resto de los seres a partir del principio supremo, Dios, el Bien), fue decisiva para la contestación misma de las otras dos anteriores.
Efectivamente, tanto los platónicos como luego los neoplatónicos insistían mucho en esa trascendencia del principio supremo situado más allá de toda realidad. Y es que, el abismo existente únicamente entre este mismo principio supremo y el mundo sensible, se salva tejiendo un puente de realidades intermedias, cada vez más próximas al mundo sensible, y alejadas de ese principio determinado.
En esta concepción de la realidad se cumple el denominado como principio de plenitud, según el cual la totalidad de lo real constituiría una cadena en la que no deberá faltar ningún eslabón, cuya perfección disminuye a medida que su lugar en la escala se aleja del principio primero.