Cicerón consideraba que el ser humano era el único animal que poseía capacidades estéticas:
Así que lo que entre nosotros es común, incluso para el vulgus imperitorum, para los demás seres vivos que pueblan la tierra es inédito. Esas capacidades humanas que nos hacen, en este sentido, especiales, que nos permiten crear arte y disfrutarlo, son variadas y no sólo dependen del intelecto humano sino también de la vista y el oído. De hecho, para Cicerón son los ojos los que juzgan la escultura y la pintura, la belleza de los colores y la armonía de las formas. Y, de igual manera están bien dotados los oídos, que son capaces de percibir las diversas tipos de voces o tonalidades, etc., en el canto, por ejemplo.
Por último, Cicerón también hace una apología de la mano: