¿Qué sentido tiene la vida?
Esta mañana me he despertado especialmente metafísico, lo que me ha llevado, mientras sonaba de fondo la canción «Todo es de color» de Lole y Manuel, a hacerme la siguiente pregunta: ¿Qué sentido tiene la vida? Y, lamento si ofendo al lector, la respuesta a la que he llegado es que la vida, en realidad, no tiene sentido. Es más, de hecho la pregunta es, en sí misma, ambigua. Cuando hablamos de «la vida» no queda claro si nos referimos a nuestra vida individual, a la vida humana o a la vida como fenómeno biológico. Cuando hablamos «del sentido», por otra parte, recubrimos todo de un halo de misterio casi religioso, pues un sentido implica una finalidad y una inteligencia, a no ser que las cosas tengan, en sí mismas, un sentido de ser, algo así como el motor inmóvil de Aristóteles, una especie de principio interno de movimiento que está en todas las cosas y que las lleva a completar su desarrollo natural hasta la plena actualización de cada individuo. Este motor inmóvil es inteligente en el sentido de que es capaz de impulsar el desarrollo de las cosas hasta que estas desarrollan su naturaleza, pero este motor inmóvil ni tiene intenciones ni preferencias, simplemente mueve a las cosas hacia su propio desarrollo interno, a realizar su esencia plenamente. Si somos aristotélicos, tendremos la respuesta clara. El sentido de cada cosa es ser lo que es por naturaleza.
En la Edad Media otros dijeron que el sentido de las cosas dependía del papel que el creador les había dado en el momento de la creación. La vida tenía un sentido especial y la vida humana un sentido más especial todavía. En cuanto al individuo, el sentido de su vida se resumía en sufrir en este valle de lágrimas, para ser juzgados tras la muerte y pagar con un castigo eterno por nuestras maldades o ser recompensados con una eternidad paradisiaca. Los diferentes acontecimientos de su vida no eran más que capítulos del valle de lágrimas, en los que constantemente era vigilado por Dios, para después tener información para juzgar al pobre pecador de turno.
Luego, con la modernidad se puso muy de moda decir que, en realidad, el sentido de la vida era algo que cada cual elegía libremente. El hombre nace libre y, libremente elije sus fines. Estos, sus fines, configuran el sentido de la vida de cada individuo.
Por mi parte, soy de la opinión de que la vida no tiene sentido de ninguna manera. En primer lugar, la vida como fenómeno natural comparte con el resto de fenómenos naturales el hecho de que no parece haber sido producido con ninguna finalidad, es más, nada de lo que podemos decir racionalmente sobre tal fenómeno nos obliga a postular la existencia de deidad alguna que le haya dado un sentido a la creación, sea como un todo o a cada uno de sus componentes, incluida la vida. Por otra parte, a nivel individual parece que una persona sea incapaz de darle un sentido a su vida. Más bien, da la impresión de que cada persona, salvo quizás contadas excepciones, pasa parte de su vida en la que esta cuestiones no le preocupan, su infancia. Por otra parte, cuando pensamos que nuestra vida tiene sentido, en realidad lo que hacemos es describir de determinada manera lo que nos ocurre y lo que hacemos. Es un modo curioso de autoengaño, decir que en el pasado hemos hecho tales y tales cosas, por las razones que solo en el presente podemos dar.
De este modo, lamento decir que sospecho que lo que llamamos «sentido de la vida» no es más que un relato, más o menos florido, de las cosas que hacemos, las cuales normalmente hacemos a ciegas y sin sentido alguno. Eso sí, la auotbiografía es un género literario muy bonito.