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La identidad personal

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

Hoy es mi cumpleaños. He cumplido 31 años. Esto me ha llevado a hacerme la siguiente pregunta: ¿Soy el mismo que cuando nací?… Bueno, en realidad no me he preguntado tal cosa, de hecho, no recuerdo habérmela preguntado jamás. He leído a otros que se lo han preguntado y que han elaborado extensos y complicados argumentos para llegar a la conclusión de que el que argumentaba era, de hecho, el mismo que siempre había sido y no otro. A esto se le llama problema de la identidad personal. Es un problema metafísico que trae por la calle de la amargura a algunos filósofos y que sirve de alimento para el cine y la literatura. Valga esto como introducción. Profundicemos en el asunto.

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La identidad personal y la duda más allá del día a día

Pierce decía que no había que dudar en la academia de lo que no dudamos en nuestra vida corriente. Y Wittgenstein, en su segunda época, nos dejó una enseñanza similar: cuando nos ponemos filosóficos nos vamos por los cerros de Úbeda y lo sacamos todo de quicio. No sé si Pierce y Wittgenstein tenían razón, pero tengo la tendencia a creer que sí la tenían al menos en esto. No obstante, lo que sí sé es que cuando uno observa a las personas que le rodean no parece que se planteen si son o no son ellos mismos. Es más, en todo lo que uno observa en los demás no parece que haya alguna creencia particular al respecto. La gente de la calle no suele manifestar que creen que siempre son ellos mismos, tampoco parecen manifestar creer que no lo son.

Así están las cosas. Ahora bien, es fácil, a partir de una tal situación, alterar el estado de tranquilidad intelectual del público, con algunas preguntas directas y un poco de argumentación escéptica.

La identidad personal: ¿Cómo sabes que siempre eres el mismo?

La cuestión de si siempre es uno el mismo o no, no parece perturbar a nadie. Sin embargo, se puede perturbar al personal con la siguiente pregunta escéptica: «¿Cómo sabes que siempre eres el mismo?». Ante una pregunta así lo más probable es que la respuesta no sea verbal, sino gestual: nos pondrán cara rara. Pero supongamos que somos insistentes y decimos algo así: «Sí, sí, ¿cómo estás tan seguro que eres el mismo que el día que naciste o que eres el mismo que ayer?». La trampa es aceptar la pregunta del escéptico. Si lo hacemos, todo tipo de multicoloridas teorías comenzarán a saltar a la palestra. Algunos dirán que son un alma, invariable y que vive tras la muerte del cuerpo; otros dirán que vivimos en Matrix. Habrá quien piense que, de alguna manera, somos nuestro ADN y otros dirán que no, que somos nuestra biografía. Y así es como surge el problema de la identidad personal.

La identidad personal: la cadena causal

Mi tendencia sería rechazar el problema del escéptico, sin embargo se me ocurre una forma de saber que siempre soy el mismo. El modelo de argumento está tomado de la filosofía del lenguaje. Concretamente, de la cadena causal de comunicación que, según Saul Kripke, determina el referente de un nombre propio. Pues bien, la versión para el problema de la identidad personal es la siguiente. Si voy desde este momento, desde ahora mismo, hacia atrás, observo que estoy terminando de escribir este texto a causa de que en algún momento en el pasado lo empecé a escribir. Si observo cómo voy vestido, veo que llevo un pijama a causa de que anoche me lo puse. Anoche me puse el pijama a causa de que me iba a acostar y me iba a acostar a causa de que estaba cansado por la actividad del día. Y puedo seguir así hasta bien atrás en el pasado. Para los momentos de mi vida en que era pequeño, puedo ayudarme de los testimonios de otros, por ejemplo de padres y hermanos.

¿Y cuál es la conclusión? ¿Qué papel desempeña esta cadena causal? La conclusión que obtengo es la siguiente: tal vez la cadena causal no me muestre lo que soy ni quién soy, sin embargo me ayuda a responder a la pregunta sobre ¿cómo sé que soy el mismo siempre? Lo sé porque hay una cadena causal que cruza toda mi vida.

No obstante, esto es, como decíamos antes, caer en la trampa. Aunque es divertido en ocasiones seguir el juego del escéptico, en general no es lo más adecuado.