Elecciones
Jean Buridan es un filósofo escolástico francés que vivió en la primera mitad del siglo XIV. Fue un defensor acérrimo del principio de causalidad y se le puede considerar como precursor de Galileo o Newton al elaborar una Teoría del Impetus o movimiento inercial. Pero también se le conoce por un experimento mental, conocido como el asno de Buridan, que se elaboró para ridiculizar su posición respecto la razón, ya que consideraba que cualquier decisión se podría tomar a través de ella, y solamente de ella.
El Asno de Buridan
Cuentan que a un asno, que sólo se regía por la razón, le llevaron dos sacos de grano completamente iguales. De hecho, tras analizarlos, el asno no fue capaz cuál de los dos era mejor, puesto que ambos estaban compuestos por el mismo tipo y la misma cantidad de grano, habían sido elaborados con la misma tela, etc. Pero el asno sólo actuaba por “razones”. Así que al no encontrar ninguna para comer de uno de otro, se veía incapaz de decidirse. Finalmente, y desgraciadamente para él, murió de inanición.
Si hiciéramos como el asno de Buridan, también nos pasaría lo mismos. Seríamos incapaces de tomar muchas de las decisiones más importantes de nuestra vida. Realmente, no podríamos tomar ni una tan siquiera, ya que siempre que actuamos, siempre que tomamos una decisión, sin excepción, los sentimientos nos ayudan a decidirnos.
Esto me gusta… Bueno, o no.
Si nos preguntaran por nuestros gustos, porqué nos gusta una comida, una película o, incluso, nuestra pareja, probablemente seríamos capaces de responder sin ningún género de dudas. Por su gusto dulce, por sus diálogos, por sus ojos… ¿Cómo no vamos a saber lo que nos gusta? Pero, en realidad, las explicaciones que damos a muchas de nuestras decisiones son simples coartadas, ¡porque no las conocemos!
Es lo que se conoce como la ilusión de la introspección. No tenemos acceso a los procesos mentales de la toma de decisiones, así que tenemos que inventárnoslas. Como aseguraba Benjamín Franklin, lo mejor de ser una “criatura razonable” es que podemos encontrar razones para lo que queramos.
Existe un curioso estudio al respecto, en realidad existen muchos más pero vamos a tomar este como ejemplo, que Petter Johansson y Lars Hall desarrollaron en 2005. El experimento consistía en mostrar a los participantes en el estudio dos fotografías entre las que debían escoger y después, ya con la foto elegida, explicar su decisión. El truco consistía en que la fotografía que se le daba al participante no era la escogida por él, sino la otra. Tan sólo el 30% se dio cuenta del error pero, lo más interesante, es que los que no se daban cuenta explicaban con todo detalle por qué habían escogido esa foto, cuando sin que ellos lo supieran, claro, les habían dado el cambiazo. Sencillamente, se habían inventado las razones.
Manipúlame, por favor
Las emociones, y no la razón, o no sólo ella, son las que nos llevan a elegir. Y, por supuesto, con este conocimiento, la industria publicitaria no se iba a quedar parada. Así que ahora tenemos que hacer frente a lo que se conoce como marketing emocional y al neuromarketing.
Se ha demostrado que ante un producto en oferta, se nos activa el núcelo accumbens, que es el encargado de estimularnos, y, por tanto, de darnos placer. Así que al elegir el producto en oferta, sentimos una sensación agradable que activa nuestros resortes de recompensa. Sin embargo, la parte del cerebro, digamos que racional, ¡apenas tiene actividad!
Elegimos porque sentimos placer, no porque ponderemos los pros y los contras. Aunque estas sean las excusas que nos demos, como autoengaño.
Es desolador pensar que somos tan manipulables, que la razón no influye en nuestras decisiones… Tanto que nos negamos a pensar que sea cierto. Pero, ¿realmente lo es?
Imagen: enroquedeciencia.blogspot.com.es