El Sacrificio
Las religiones en general estiman y enfatizan el valor del sacrificio, actitud que permitiría trascender las limitaciones del cuerpo y lograr un estado de conciencia más elevado para poder valorar lo que realmente es verdadero.
Aunque el sacrificio, dentro de la realidad cotidiana sea también una ilusión más del mundo de los sentidos; puede revelar la fuente de la satisfacción genuina más allá del espacio y del tiempo. Era el camino que seguían los mártires para obtener la iluminación.
Ellos se daban cuenta que el poder, la fama, el dinero y los placeres físicos son satisfacciones mundanas, que resultan insuficientes y que al hombre no le alcanzan; porque es verdad que cuanto más cosas se poseen más insatisfecho y descontento uno se siente, a tal punto que algunos necesitan drogarse y perderse en la inconsciencia para poder seguir viviendo.
Los profetas se sentían felices aún teniendo que sacrificar sus vidas, porque tenían acceso a otra realidad superior capaz de darles la plenitud ansiada que jamás habían podido alcanzar en la vida.
El que está pegado a las cosas de este mundo y se desvive por ellas, está sacrificando la paz verdadera, porque cuantas más posesiones terrenales se tienen más pesada es la carga.
Sacrificio significa renunciar a lo que queremos. ¿Pero qué es lo que queremos? ¿Es cierto que lo que más deseamos nos quitará el anhelo?
Todos sabemos que obtener hasta lo que más deseamos no terminará con nuestra eterna necesidad de búsqueda.
Entonces, no sería ningún sacrificio renunciar a ello sabiendo que nada satisfará todos nuestros desvelos.
Ese sacrificio es una ilusión como lo es todo en esta vida que todos conocemos, un juego que nos entretiene pero que no nos llena.
El sacrificio tiene una condición para que sea verdadero, tiene que ser total, no a medias, una entrega sin especulaciones ni condiciones, porque sacrificarse es la oportunidad de tomar conciencia y ver lo verdadero para darse cuenta qué significado tiene todo.
El sacrificio no es necesario cuando se acepta lo que Es, cuando se aprende a vivir sin libreto ni programa fijo, día a día, viendo que las cosas no cambian por azar, que nuestros más mínimos deseos pueden ser cumplidos con solo pensarlos y que podemos quedarnos tranquilos porque no existirán obstáculos en nuestro camino.
Comenzar bien el día y dedicarle unos minutos al silencio, ahorra tiempo; y a la noche siguiendo el mismo procedimiento se logra alejar el miedo y tener un mejor reposo.
Qué fácil es la vida para el que no se resiste y se entrega con confianza a vivirla sin miedo.
Aquel que lo logre estará mucho más seguro que el que se ha comprado un seguro de vida y además no tiene que gastar nada.
Para sentirse así solo hay que intentarlo, no exige otra cosa, porque todo lo demás que sea necesario no depende de nosotros.
Entonces ocurrirán milagros, no magia, porque es el poder milagroso que tiene la vida verdadera. La magia es otra cosa, es creer que todo el poder está en nosotros.
En ese nivel de conciencia superior, podremos llegar a conocer, el verdadero placer de la paz interior y al mismo tiempo disfrutar en este mundo de todo lo que es para nosotros.
Fuente: “Un Curso de Milagros”, Fundación para la paz interior, 2007