Ángeles y Milagros
Víctor Sueiro, cuenta una anécdota en su libro “El ángel”, que le ocurrió a un amigo suyo, el arquitecto Guerrico, devoto del Arcángel Rafael, cuando circulaba con su auto por una solitaria ruta del interior y su auto dejó de funcionar, dejándolos varados a un costado del camino.
Malhumorado, Guerrico abandonó el vehículo y en ese preciso instante vio que de una camioneta medio destartalada descendía un hombre dispuesto a ayudarlos. Le pareció algo inusual, ya que parecían haber estado solos en el camino, pero pensó que tal vez no lo había visto.
Cuando solucionó el problema, la esposa del arquitecto se puso a conversar con él, y se enteró que se llamaba Rafael. Entonces, se acercó a su marido y le dijo que justamente quien los había ayudado tenía el mismo nombre de su arcángel protector.
Su esposo sonrió, y cuando se disponía él mismo a agradecerle por la atención, ya no estaba más ni la camioneta ni el hombre quien los había ayudado, ni tampoco pudieron verlo alejarse. Parecía habérselo tragado la tierra. Los dos quedaron muy impresionados y nunca olvidaron esa experiencia.
Tuve oportunidad de vivir un hecho similar, cuando un día me quedé con el auto en el medio de la Avenida Sarmiento, justo antes de cruzar Av. Del Libertador, en el lugar donde se encuentra el monumento a los españoles, en los jardines de Palermo.
Antes de bajar del auto, vi por el espejo retrovisor, a dos muchachos jóvenes detrás, que con señas me indicaban que me iban a empujar hasta el cordón de la vereda.
Parecía un milagro que los dos únicos seres vivientes, que andaban de a pie por ese solitario lugar y que surgieron como de la nada, estaban dispuestos a ayudarme en esa complicada circunstancia esa fría mañana.
En ese entonces no existían aún los teléfonos celulares, de modo que además se ofrecieron para acercarse hasta el Automóvil Club y pedir un auxilio mecánico; y efectivamente, a los pocos minutos apareció el camión de auxilio.
Pensé que había ocurrido una feliz coincidencia, un fenómeno de sincronicidad o que eran dos ángeles que estaban cuidándome.
En otra ocasión, en la que conducía mi marido, se quedó el auto en una calle del Gran Buenos Aires por donde circulaban a esa hora pocos vehículos, sin embargo inmediatamente apareció una camioneta del Automóvil Club con un mecánico, que aún sin haber hecho el reclamo a la estación central, estuvo dispuesto a ayudarnos.
Anécdotas como estas, que todos llamamos coincidencias, les ocurre a la mayoría, sólo que se las suele atribuir a la casualidad.
En el mismo libro, Sueiro relata un caso muy conmovedor, que le ocurrió al pastor evangélico y profesor de teología con seis cátedras a su cargo, Martín Francisco Álvarez, un hombre de fe, padre de seis hijos, que vive en Florencio Varela y que es Obispo auxiliar de la Comunidad Cristiana Misionera.
Mientras circulaba en bicicleta por la Avenida Presidente Illia de Florencio Varela, pudo ver que por la mano contraria se acercaba velozmente un ómnibus de la línea 500.
Cuando apenas estaba a escasos metros de distancia, se rompe su bicicleta y pierde el control, cayendo casi enfrente del vehículo.
El conductor del ómnibus clavó los frenos a apenas unos siete metros de distancia, pero parecía imposible impedir el impacto, porque a pesar de los frenos, el vehículo continuaba deslizándose con rapidez por el asfalto.
El pastor se quedó inmóvil esperando el golpe en la frente, pero antes logró levantar la vista y pudo ver claramente a un ángel que con los brazos extendidos detenía el vehículo.
Tenía el tamaño de una persona normal, pero sus grandes alas llegaban hasta el techo del ómnibus. Era blanco y transparente, y sus alas parecían formar parte de su vestimenta, porque no eran de plumas sino de una tela brillante.
El ángel había parado al vehículo en seco y luego se dio vuelta para mirarlo a él, con el paragolpes a sólo veinte centímetros de su cabeza.
No importa cuál haya sido la posible causa física que detuvo al vehículo, lo importante es que funcionó y que estos fenómenos se relacionan con la fe.