Filosofía

Stonehenge

Publicado por Malena

Las últimas investigaciones sobre el más misterioso monumento de piedra de épocas prehistóricas, tratan de conocer con precisión cuándo se construyeron y qué es lo que representan; si se trata de un cementerio o de un lugar sagrado de sanación.

Los enormes bloques de piedra verticales pesan cincuenta toneladas y las que sirven de dintel, llegan a pesar siete toneladas; una verdadera hazaña para quienes construyeron esta extraña herencia cultural que dejaron supuestamente los hombres del período neolítico.

El gran tamaño de las piedras debieron ser trasladadas con algún método que aún se desconoce, y que es difícil de imaginar para esa época

Los arqueólogos británicos Timothy Darvill y Geoffrey Wainwright, creen que las piedras azules más pequeñas pueden brindar la clave de este enigma.

Mientras tanto, se estima que hace cuatro mil años, al Sudoeste de lo que ahora es Gran Bretaña, hubo hombres que se dedicaron a buscar y tallar quince piedras enormes y transportarlas de alguna manera desde las lomas de Marlborough, distante a treinta kilómetros de la llanura de Salisbury, para levantar estos enigmáticos legados, con el aparente propósito de dar marco a un semicírculo de 32 piezas de menor tamaño, de arenisca azul, de alrededor de cuatro toneladas, que al partirse muestran su característico color azul intenso, que deslumbra por el brillo de cristales blancos de cuarzo.

Estas piedras azules fueron transportadas desde las montañas de Preseli, que están en Gales a unos trescientos kilómetros del lugar.

Hoy en día se considera que esta construcción fue alguna vez un templo y que probablemente tenía un altar en su centro.

Posteriormente, este monumento fue denominado por los ingleses Stonehenge, que significa piedra colgante.

Los que defienden la hipótesis de que se trata de un cementerio de cremación de figuras relevantes, se oponen a los que sostienen que se trata de un lugar sagrado de curaciones milagrosas; y ese debate aún no ha terminado.

Existen otras especulaciones más audaces, como la que afirma que se trataría de un sistema que predice fenómenos astronómicos, o como la que sostiene que es un monumento a la fertilidad.

Lo cierto es que este monumento no presenta ninguna evidencia singular que pueda identificar su propósito y su procedencia, ni tampoco ningún signo escrito.

El misterio más difícil de comprender es cómo fueron trasladados semejantes bloques de piedra que pesan tanto, en una época en que no existían aún ni medios de comunicación ni tecnología adecuada como para realizar trabajos constructivos de esa magnitud.

En el siglo XVII, el anticuario John Aubrey descubrió cinco perforaciones que formaban un círculo, pero recién en el siglo XX las investigaciones dieron como resultado que en realidad esos agujeros habían sido 56 en total y que en su interior guardaban restos de cenizas y huesos humanos.

Existe otra característica relevante en este monumento; que es un camino de 23 metros de ancho, por donde se entraba.

Esta avenida comunicaba el monumento con el río Avon, distante tres kilómetros; y es probable que este río cercano haya ayudado a transportar los bloques.

Darwill y Wainwright, coinciden en afirmar que pudo ser un monumento multifuncional que servía tanto como centro para enterrar a los muertos y rendir culto a los antepasados; como rudimentario calendario astronómico con la capacidad de señalar los solsticios.

El equipo de Mike Parker Pearson, arqueólgos de la Universidad de Sheffield, descubrió que los agujeros estaban ocupados por piedras de arenisca azulada, iguales a las que siglos después, aparecieron instaladas en el centro del monumento.

Para otros investigadores, las piedras azules son identificadas como talismanes que tenían propiedades curativas.

El estudio de estos hallazgos tan antiguos ayudan a confirmar una vez más, que el hombre prehistórico también tenía vida simbólica y realizaba rituales, creyendo en la vida más allá de la muerte y en la posible influencia en sus vidas de fuerzas superiores.

Fuente: “Muy Interesante”; No.290; 12/2009. “Si estas piedras hablaran”; José Ángel Martos.