Igualdad de qué
La “igualdad” es uno de los términos más puestos en cuestión dentro del panorama de la filosofía política y, por tanto, de las políticas que llevan a la práctica los gobiernos. Primero porque no parece haber un acuerdo unánime respecto a qué nos referimos cuando hablamos de igualdad; y segundo, porque para muchos autores su existencia no es más que una mera utopía. Así, Michael Walzer asegura que «el conflicto político y la competición por el liderazgo siempre resulta en desigualdades de poder y la actividad empresarial siempre provoca desigualdades económicas». Tratar de acabar con ellas llevará a cualquier gobierno a convertirse en tiránico.
1. Igualdad de qué
Pero para cualquier debate serio sobre el igualitarismo, tendremos que definir de qué estamos hablando. ¿Se trata de una igualdad material respecto a cada uno de los elementos que recorren la vida de los seres humanos? ¿O acaso nos referimos a una igualdad al acceso a determinados recursos que consideramos importantes? A estos últimos, John Rawls los denominó “bienes primarios”, siendo aquellos elementos (libertades básicas, ingresos, autorrespeto…) que cualquier persona razonable desearía tener.
Anthony Giddens, uno de los teóricos de la tercera vía de la socialdemocracia, también sostiene que la izquierda contemporánea debería centrar sus esfuerzos en potenciar la igualdad de oportunidades.
Sin embargo, aunque parezca lo contrario, asumiendo que de lo que se trata es de igualar las oportunidades de acceso a los recursos para llevar la vida que cada cual desee (o buenamente pueda llevar) tampoco habremos avanzado en exceso.
2. ¿Qué hacemos con la suerte?
Cuando hablamos de potenciar la igualdad de oportunidades, habitualmente desconocemos lo que realmente supone. Porque, ¿cómo igualar la suerte de dos niños, uno nacido en el seno de una familia rica y otro malnutrido? Está claro que si nos queremos tomar en serio el tema del igualitarismo estructural, tendremos que acabar con las diferencias que surgen por cuestiones ajenas a las decisiones de una persona. Si no se le alimenta al niño desnutrido, de mayor no tendrá acceso a nada, porque probablemente esté muerto. ¿Qué oportunidades se habrán igualado entonces?
Ante esta acuciante cuestión ha surgido una corriente intelectual, a la que podemos denominar “igualitarismo de la suerte”, que establece que si queremos hablar de igualdad de oportunidades deberíamos acabar (o compensar como se pueda) con todos los elementos que dependen de la mala suerte (enfermedades, accidentes, etc.). De lo contrario, sencillamente estaremos dejando las cosas como están, traicionando aquella idea de convertir las diferencias naturales en igualdad social, que sostenía Rousseau.
3. La igualdad posible
Esto último lleva a pensar a muchos intelectuales (y personas de muy diverso pelaje) que la igualdad es imposible. Sin embargo, se escudan en la idea de que lo que defienden (y lo que sí es posible) es la igualdad de oportunidades. Sin embargo, cabe preguntarse si para llevar ésta a cabo no se debe hacer mucho más de lo que esos mismos intelectuales defienden que hay que hacer. En definitiva, conjugar aquél estado tiránico del que nos prevenía Walzer con el laissez faire, cuyas trágicas consecuencias no paramos de ver estos días. Autores como Amartya Sen o Martha Nussbaum, desde una perspectiva liberal, han tratado de aproximarse a este planteamiento, alumbrando una nueva teoría a la que denominan “el enfoque de las capacidades”. Brevemente, lo que plantean estos autores (sobre todo, Nussbaum) es que hay una serie de capacidades mínimas cuya posibilidad tiene que estar al alcance real para todos los seres humanos. Por ejemplo, en el caso de nuestro niño malnutrido, el gobierno estaría obligado a ofrecer los alimentos necesarios para nutrirlo, ya que el estar bien nutrido es una de esas capacidades básicas.
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