La Vía Sagrada del Conocimiento
Un cuento Sufí para pensar
Un brillante matemático, muy inteligente, cortesano del rey de Babilonia, sintió un día el llamado del espíritu.
Decidió emprender la vía sagrada del conocimiento y para ello solicitó la guía de un maestro Sufí.
El maestro accedió pero antes le pidió que le consiguiera una alfombra para entregársela a alguien, y una vez que la tuviera continuaría con su enseñanza.
El hombre se dirigió a la casa de un tejedor y le dijo que necesitaba una alfombra para el maestro Sufí que a su vez tenía que dársela a alguien; y que a cambio él obtendría el conocimiento sagrado.
El artesano le dijo que no le interesaban los detalles, pero que iba a necesitar tener hilo suficiente.
Se dirigió entonces a la casa de una hilandera diciéndole que le entregara el hilo para dárselo a un tejedor para que pueda tejer una alfombra para el maestro Sufí; quien a su vez se la daría a alguien para que pueda continuar enseñándole a él a encontrar el camino del conocimiento
La hilandera le dijo que sus motivos no le interesaban pero que debía saber que ella necesitaba una cabra para obtener tanto hilo.
Fue entonces en busca de un pastor y le dijo que necesitaba una cabra para que la hilandera obtuviese el hilo de sus vellones con el que un tejedor podría confeccionar una alfombra para el maestro Sufí; quien a su vez se la daría a alguien para poder continuar con su trabajo sagrado.
El pastor le dijo que él también tenía necesidades porque para entregarle una cabra necesitaba un corral para guardar su ganado que se extraviaba todos los días por andar suelta.
Fue así en busca de un carpintero, repitiendo la misma historia que para ese entonces era bastante extensa.
El carpintero le dijo que ese no era su problema y que él necesitaba antes que nada conseguir la mujer que le estaba destinada para casarse.
Comenzó a caminar en su nueva búsqueda y en el camino se encontró con una mujer que le aseguró conocer a la persona que estaba buscando; pero esta vez el hombre, antes de decirle el motivo de su búsqueda le preguntó cuáles eran sus necesidades.
Ella le contestó que su única aspiración era acceder a la vía del conocimiento y que si él la podía llevar con alguien que la guiara en ese camino se lo agradecería conduciéndolo a la mujer destinada para el carpintero.
El hombre le dijo que conocía a ese maestro pero que ambos necesitaban una alfombra que él no había podido todavía conseguir; y le contó sus vicisitudes en ese intento.
La mujer no quiso participar en tan compleja tarea y a pesar de sus súplicas se marchó, perdiéndose entre la multitud.
El hombre abandonó así su última esperanza, dándose cuenta que la humanidad sólo vive para satisfacer sus necesidades y sólo actúa para obtener un beneficio.
Muy amargado y sombrío estaba cuando se le acercó un mercader que se interesó en saber qué le pasaba.
Le contó su historia y al escucharla le dijo que él también estaba sufriendo, porque su hija padecía de una extraña enfermedad; y como percibía que él poseía la virtud para curarla le pidió que lo acompañara a su casa.
La joven estaba recostada en su cama casi muerta, pero con un hilo de voz le dijo que cierta noche había tenido un bello sueño donde los dioses le habían pronosticado que desposaría a un eximio carpintero, a quien desde ese día estuvo buscando sin poder hallarlo y que por esa razón se había enfermado.
De este curioso modo el protagonista de esta historia consigue a la mujer para el carpintero, quien está ahora dispuesto a construir el corral para el pastor, que permitirá conseguir una cabra para que la hilandera obtenga el hilo para que finalmente el tejedor le pueda confeccionar la alfombra.
Cuando vuelve dichoso y se la entrega a su maestro, éste la arroja al fuego diciéndole que su trabajo ya había terminado; porque habiendo atendido las necesidades de los otros antes que las propias había aprendido el camino sagrado del conocimiento.