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La Sabiduría y la Moderación

Publicado por Malena

La Sabiduría y la Moderación

Una persona es sabia cuando es moderada.

La sabiduría no se aprende, se adquiere viviendo y cometiendo errores, porque es el sufrimiento que nos ocasionan los caminos incorrectos lo que nos hace sabios.

El sabio no se emociona demasiado con los éxitos y tampoco le afectan mucho los fracasos, porque no cree en ninguna de las dos circunstancias por separado, sino en ambas como dos opuestos necesarios.

Una persona sabia nunca está apurada, se toma su tiempo, porque le da la misma importancia a todo, tampoco compite porque la competencia considera a todos como iguales sin reconocer que somos todos diferentes.

Los sabios no se preocupan por su aspecto, porque lo que llevan puesto no lo consideran un valor agregado, por eso lucen diferentes, como son en realidad a diferencia de la otra gente.

Se ocupan de las cosas del presente, sin olvidar el pasado, que no se convierte en una pesada carga sino en algo que puede ayudarles a no cometer dos veces los mismos errores.

La moderación es posible sólo con el dominio de uno mismo, para controlar las reacciones viscerales que no nos útiles más que para sembrar la discordia porque no se puede tener paz en las contiendas.

La paciencia y la capacidad de postergar son los dos pilares donde se asienta con holgura la moderación.

La vida moderna es apresurada, en la calle nos atropellan aunque sea día domingo, los vehículos más grandes empujan a los más pequeños para que vayan más ligero, no aguantamos la luz roja del semáforo, nos atragantamos con la comida, comemos parados creyendo que es más rápido y si nos disponemos a hacer una fila para pagar un impuesto nos ponemos muy molestos.

¿Para qué nos apuramos?

Seguramente no es para poder relajarse después y quedarse sin hacer nada; porque el que se apura no puede quedarse quieto, tiene que seguir con su actividad frenética ganándole la carrera al tiempo que es el único que no puede esperar por naturaleza.

Nos apuramos para poder hacer más y más cosas raramente útiles y hasta innecesarias y llegamos a agotarnos en ese proceso, para que al final del día podamos caer en la cama y quedarnos dormidos de inmediato y de esa manera no nos quede tiempo para pensar en la forma en que estamos viviendo.

No existen grupos humanos en una sociedad moderna que estén liberados del apuro, porque hasta los jubilados tienen agendas repletas de compromisos y los niños casi no tienen tiempo para jugar porque además del colegio doble escolaridad tienen que ir a la maestra particular, a la clase de inglés, a la de yudo o a la de karate.

Y si llegáramos a no tener obligaciones cotidianas nos gusta experimentar la adrenalina en la sangre, entonces practicamos deportes de riesgo para sentirnos vivos.

Pero esa sensación dura muy poco, sólo un rato, y entonces hay que buscar otras cosas que nos entusiasmen.

Ser moderado es lo mejor, o sea no apurarse, no apegarse a las cosas, no apasionarse ciegamente por nada, porque el que cierra los ojos se pierde en un laberinto de contrariedades.

Sólo estando consciente en esta vida uno no está muerto; porque el que se apura en cosas triviales que ni siquiera le interesan, no vive, porque lleva puesto todo el tiempo el piloto automático.

La mayoría de los que vemos por la calle que no miran a nadie, que no se detienen a dar una limosna a un necesitado, que no aprecian la belleza de los árboles ni los días de sol, que atropellan a todo el mundo como si fueran los únicos inteligentes, esos son los que ya hace rato que están muertos, víctimas del apuro, la vanidad y el éxito.