Karl Popper
El relativismo es la doctrina por la que se determina que la verdad es relativa, dependiendo de nuestro “trasfondo intelectual”, que a su vez determina los límites del marco en los que podemos pensar, es decir, que la verdad variará dependiendo del marco en el que nos encontremos. Esta idea ha sido atacada por muchos pensadores, aunque por acotar, en este artículo nos centraremos en la ofensiva que llevó a cabo Karl Popper, más concretamente, en su artículo titulado El mito del marco común.
La necesidad de la divergencia
Antes que nada conviene fijar el pensamiento de Popper sobre la ortodoxia, ya que su ataque al relativismo, se funda en su idea del desacuerdo necesario para el aumento del conocimiento (la ortodoxia es la muerte del conocimiento, dirá). La discusión, argumentar y criticarse mutuamente, aunque puedan traer consigo rivalidad e incluso violencia, nos proporcionará más efectos positivos que negativos. Por eso, es inaceptable para él aceptar que no se puede llegar a un acuerdo o ni siquiera discutir sobre la verdad de las cosas, ya que todo dependerá del punto de vista relativo de los participantes.
El mito del marco común
Lo que ataca Popper es la siguiente idea: «Es imposible toda discusión racional o fructífera a menos que los participantes compartan un marco común de supuestos básicos o que, como mínimo, se hayan puesto de acuerdo sobre dicho marco en vistas a la discusión».
Está claro que es más fácil llegar a un acuerdo cuando las posiciones son más próximas que cuando están más alejadas entre sí, pero eso no quiere decir que sea imposible llegar a un acuerdo y que, además, no merezca la pena ni tan siquiera discutir. Dos presupuestos erróneos que a decir de Popper deben ser contradichos.
No me convences, pero gracias
Cuenta Heródoto, que el rey persa Dario I quería mostrar a los griegos que vivían en Persia que su costumbre de quemar a sus muertos no era una verdad incuestionable. Primero, les preguntó qué precio les parecería aceptable por comerse a sus padres, a lo que los griegos respondieron escandalizados que eso no lo harían nunca, ni por todo el oro del mundo. Seguidamente, convocó a una tribu india conocida por los calatias, que acostumbraba a comerse los cadáveres de sus ancestros, y con los griego delante, les preguntó qué precio les parecería aceptable a cambio de quemar a sus padres, a lo que los calatias respondieron que no dijera semejante blasfemia.
Tanto griegos como calatios defendían posturas irreconciliables entre sí, pero es difícil asegurar que ambos no aprendieran nada de las costumbres del contrario. Una idea contraria puede tambalear los cimientos de lo que consideramos verdadero, mucho mejor que una costumbre semejante a la nuestra.
Somos porque chocamos
La civilización europea occidental ha surgido del choque de lo que llamamos civilizaciones. La civilización grecorromana de la que procedemos tomó su alfabeto y muchas de sus características de los choques con la civilización egipcia, persa, fenicia, etc.; en la Edad Media nuestra civilización sufrió cambios por las invasiones germanas e islámicas y por nuestro contacto con la judía. Si realmente los marcos fueran inconmensurables, sencillamente, no existiríamos.
«Los marcos, como las lenguas pueden ser barreras. […] Pero un marco conceptual extraño, lo mismo que una lengua extranjera, no es una barrera absoluta [,] superar la barrera [tal vez] compense nuestros esfuerzos no sólo ensanchando nuestro horizonte intelectual, sino también ofreciéndonos una buena dosis de placer. […] A menudo ha conducido a una superación en ciencia, y es posible que vuelva hacerlo».
Imagen: es.wikipedia.org