Estoicismo y Epicureísmo
El objetivo principal de ambas escuelas es la moral; esto es, la ordenación de la conducta humana de modo que sea posible alcanzar una vida plena y feliz. La felicidad consiste, según Epicuro, en una consecución del placer sabiamente administrado juntamente con el alejamiento del dolor. Para el estoicismo, por su parte, la auténtica felicidad sólo puede consistir en la virtud, en el autodominio y fortaleza de ánimo, que hacen al sabio imperturbable frente a la desgracia y el destino.
Y es que ambas doctrinas, pretenden fundamentarse en un conocimiento de la naturaleza, tanto entendida como la naturaleza humana, como la totalidad en sí del Universo. El epicureísmo, por ejemplo, adopta la interpretación hedonista de la naturaleza humana, que ya encontramos formulada de forma cruda en ciertos sofistas: la ley fundamental de la naturaleza es la búsqueda del placer.
El estoicismo, muy al contrario, interpreta la naturaleza humana fundamentalmente como razón: vivir de acuerdo con la naturaleza es vivir de acuerdo con los dictados de la razón.
En cuanto a la naturaleza entendida como la totalidad del universo en su conjunto, Epicuro adopta el atomismo de Demócrito con una gran diferencia: el movimiento natural de los átomos es la caída en vertical, y todos los átomos caen a la misma velocidad. Afirma que, a veces, se produce en ciertos átomos un movimiento anómalo de desviación, imprevisible y siempre casual. Esta ingeniosa teoría le resultaba muy útil, pues le permitía explicar tres aspectos fundamentales de su sistema:
– La libertad humana
– La posibilidad de que los átomos chocasen y se combinen formando mundos
– La ausencia del determinismo en el universo
Como filósofo de la naturaleza, Epicuro es ciertamente «mediocre», careciendo de la vocación y talante puramente científicos de personajes como Demócrito. El conocimiento de la naturaleza le interesa únicamente en la medida en que puede contribuir a la felicidad del hombre liberándolo de los tres grandes temores que a menudo impiden gozar de nuestra pura existencia: la muerte, el destino y los dioses. En cualquier caso, este respondía que no había que temer a la muerte, pues el alma es mortal y todo acababa con ella; no existía un destino, y los dioses no se ocupaban de los hombres ni interferían en sus asuntos.
El estoicismo se volvió en gran medida a la filosofía de Heráclito y predicó el determinismo más riguroso. Todo está determinado y nada puede hacerse para cambiar el rumbo de los acontecimientos: defendiéndose, claro está, la existencia de ese destino.
La verdadera sabiduría consiste en aceptar que el destino es incambiable y así esperarlo tranquilamente, ya que Dios gobierna el universo y busca lo mejor para el hombre. Este es el dictado fundamental de la razón para el estoico.