Origen de las normas morales
Los sofistas defendían el carácter convencional no solamente de las instituciones políticas, sino a su vez de las normas morales: lo que se considera malo y bueno, injusto o justo, loable y reprensible, no es fijo, absoluto, universalmente válido, inmutable. Para llegar a esta conclusión los sofistas contaban con un argumento doble: de una parte, la falta de unanimidad acerca de qué era lo bueno, lo justo…; por otra parte, los sofistas solían establecer una comparación entre las leyes y normas morales vigentes y la propia naturaleza humana.
La comparación entre las normas de conducta vigentes y la naturaleza humana ha sido de una trascendencia capital en nuestra misma cultura. Lo único verdaderamente absoluto, inmutable, es la naturaleza humana. Y, puesto que ésta es dinámica, es decir, es el principio de las actividades y operaciones propias de un ser, sólo será posible conocer la naturaleza humana observando cuál es el modo intrínseco y propio de comportarse los hombres.
La búsqueda del modo propio de comportarse los hombres no es nada fácil, ya que nuestro comportamiento está condicionado por el aprendizaje, por los hábitos, por las normas que nos han sido propiamente inculcados a lo largo de nuestra vida.
Los sofistas, esencial y especialmente aquellos de la segunda generación, como Trasímaco, o Calicles, utilizan el animal y el niño como ejemplos de lo que es la naturaleza humana prescindiendo de los elementos culturales adquiridos. De estos dos modelos, deducen que sólo hay dos normas naturales de comportamiento, las cuales se corresponderían con la búsqueda del placer, y el dominio del más fuerte.
Al ir contra ambas normas, la moral vigente es antinatural. No es únicamente convencional, sino que además es contraria a la naturaleza, según los últimos y más radicales de los sofistas.
Es fácil de comprender la trascendencia de estas reflexiones de la sofística. Con ellas, por todo, se inaugura el eterno debate acerca de las normas morales, acerca de la ley natural y la ley positiva.
Como iremos viendo, por tanto, el debate comienza con los sofistas en la filosofía griega; pero no termina con ellos.