La Academia de Platón
Hemos estudiado y visto ya de forma detenida en muchas entradas algunos aspectos fundamentales no sólo del filósofo Platón, sino de la filosofía que, a lo largo de su vida, investigó y defendió desde un primer momento hasta su fallecimiento.
Si bien recordamos que ésta se caracterizaba fundamentalmente por algunos elementos que sus «discípulos» siguieron años después, y en un futuro nos encargaremos exclusivamente de conocer de cerca su propia vida -pues es preciso indicar que, propiamente para conocer los aspectos que, de forma filosófica, defendió aquello que defendió, se debe conocer antes su propia vida, y conocer con ello aquellos factores determinados que influyeron posteriormente en ese desarrollo intelectual- conoceremos a continuación (si se me permite la redundancia), la historia de esa escuela que nuestro protagonista de hoy fundó, y de la cual, muy pocos, lamentablemente conocen su evolución.
La Academia, un sueño hecho realidad
Es necesario añadir en primera instancia que, en la Antigüedad, se conocía como Academia a aquella escuela fundada por el filósofo griego Platón en Atenas, sobre los terrenos del jardín de Akademos (de ahí, como puede sospechar sabiamente, deriva su nombre), dedicados al héroe Akademos, y en la cual se reunían casi diariamente los distintos filósofos considerados como platónicos y sus discípulos.
La fundó, según nos señalan las fuentes originales, aproximadamente en el año 387 a.C., después de regresar de un viaje que realizó a Sicilia, Italia y Egipto. En ella se enseñaban distintas materias, tales como música, matemáticas, astronomía… y cómo no, finalmente filosofía. Todas éstas provocaron que, desde un primer momento, desde su aparición, fuera considerada como una de las escuelas más importantes de toda Grecia.
Diversos historiadores y autores individuales establecen cuatro períodos bien diferenciados para esta escuela, cuyas etapas se dividen en la existencia de una Academia antigua, primaria; una Academia media; una Academia nueva; y, finalmente, una Academia novísima.
La primera de ellas se caracterizó principalmente por ser aquella original fundada por el propio Platón, la cual, obviamente, seguía sus doctrinas hasta que, años después, terminó por acentuar las ideas pitagóricas y matematizantes que se pueden encontrar en algunos de sus escritos.
Dentro de la propia Academia media, los propios filósofos exageraban de forma amplia la crítica de su maestro al conocimiento sensible, y la generalizaban directamente a todo tipo de conocimiento que, al final, terminó por convertirse en un verdadero conocimiento de características marcadamente escépticas.
Fue a partir de este momento cuando ya ese escepticismo comenzó a hacerse más plausible y certero, convirtiéndose en un escepticismo claramente moderado y probabilista (doctrina de ciertos teólogos según los cuales, en la calificación de la bondad o malicia de las acciones humanas, se puede lícita y seguramente seguir la opinión probable, en contraposición a la más probable).
No obstante, y con el paso de los años, ese escepticismo se convirtió luego en un dogmatismo moderado y eclecticismo, una doctrina que intentaba conciliar, valga la redundancia, las doctrinas que parecen mejores o más verosímiles, aunque procedan de diversos sistemas.
Lamentablemente, en nombre de la defensa del cristianismo, el emperador Justiniano decidió en el año 529 d.C., cerrar la Academia, conjuntamente con el resto de las escuelas filosóficas de Atenas, prohibiendo con ello y de forma drástica las enseñanzas filosóficas y la práctica de ésta.