El Mito de la Primavera según Mary Pope Osborne
Proserpina era la hija de Ceres, la diosa de las cosechas, que solía recorrer el bosque con su madre para recoger flores y disfrutar de la frondosa arboleda.
Un día, mientras corría alegremente entre los grandes árboles y se escondía entre los arbustos, se alejó demasiado y se perdió entre la enmarañada trama de la copiosa vegetación.
Cuando se disponía a tomar un bello narciso, la tierra tembló y el suelo se abrió a sus pies, apareciendo de entre sus entrañas Plutón, el dios del Averno, que en su negro y poderoso carruaje raptó a Proserpina, y se la llevó en su carro al fondo del abismo, cerrándose la hendidura de la tierra detrás de ellos sin dejar la menor señal.
A pesar de los gritos de Proserpina vanos fueron los intentos de su madre para encontrarla. Sin embargo, su búsqueda no cesó, permaneciendo nueve días y nueve noches tratando de encontrarla.
El décimo día, Hécate, la diosa del lado oscuro de la Luna, quién también había escuchado los gritos de la joven, visitó a Ceres y le ofreció acompañarla en busca de Helios, el dios del Sol, para preguntarle si sabía algo sobre lo sucedido.
Helios les dijo que Plutón quería a Proserpina por esposa y le había pedido a Júpiter, su hermano, permiso para raptarla, quien se lo había concedido y ahora reinaba en el mundo de los muertos con él.
Ceres maldijo a Júpiter y comenzó a vagar por distintas ciudades disfrazada de anciana.
Un día, mientras se encontraba sentada cerca de un pozo de agua, se le acercaron cuatro princesas, y al verlas, Ceres rompió a llorar desconsoladamente.
Las jóvenes se apiadaron de ella y la llevaron a su palacio.
La reina madre quedó encantada con su fina educación y su afable carácter y le pidió que se quedara a vivir con ellas para ocuparse de la crianza de su bebé, el príncipe.
Ceres aceptó y de inmediato se encariñó con el niño. Tanto era el amor que le inspiraba la criatura que decidió realizar los rituales necesarios para convertirlo en un dios.
Todas las noches lo untaba con un ungüento mágico y luego le prendía fuego.
Poco a poco el príncipe fue creciendo fuerte y bello como un verdadero dios, pero la reina madre, preocupada por esos cambios, decidió espiar a Ceres escondiéndose en los aposentos del niño.
Cuando descubrió el ritual que realizaba Ceres, le quitó su hijo impidiéndole que continuase con el mismo.
Pero tanto el rey como la reina pronto se dieron cuenta que Ceres era la diosa de la cosecha y aterrorizados le pidieron perdón.
Ceres les dijo que sólo los perdonaría si levantaban un templo en su honor, prometiéndoles que les enseñaría los rituales para el crecimiento de la mies.
Una vez construido el templo, como Ceres continuaba tan triste como antes por la desaparición de su hija, decidió no revelarles los secretos del crecimiento de los productos de la Tierra a los reyes y toda la vegetación de la tierra dejó de crecer, la población y los animales sufrieron hambruna y muchos murieron.
Júpiter, preocupado por esta situación, envió a dioses del Olimpo a hablar con ella, pero les respondió que jamás volvería a crecer nada de la Tierra si no regresaba su hija sana y salva.
Júpiter mandó a Mercurio, el dios mensajero, al Averno a buscar a Proserpina, quien se encontraba en el reino de las profundidades, sentada en el trono junto a Plutón, rodeados de espectros y fantasmas.
Plutón accedió a sus requerimientos, pero antes, le pidió a su esposa que comiera unas pequeñas semillas de granada que le traerían buena suerte.
Así, Ceres y Proserpina por fin se encontraron y se pudieron abrazar con gran alegría. Pero cuando la joven le dijo a su madre que había comido las semillas de la granada, ésta se dio cuenta que su hija debería vivir seis meses de cada año en el Averno con Plutón.
De esta manera surgieron en la Tierra las estaciones. En el Otoño e Invierno, la Tierra se vuelve fría y árida, porque Proserpina está en el Averno con Plutón y su madre se encuentra afligida por su ausencia.
Pero cuando Preserpina vuelve a la Tierra, llega la Primavera, porque Ceres se alegra y permite que broten las semillas y que todo florezca nuevamente.
Fuente: «Torre de Papel» Mitos Griegos, Mary Pope Osborne, Ed.Norma, agosto 2005