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La Miseria y la Opulencia

Publicado por Malena

La miseria y la opulencia

A veces la vida nos obliga a ser testigos de circunstancias que nos hacen sentir impotentes y tristes. Es cuando nos preguntamos cómo es posible que exista la situación de extrema pobreza en países que se caracterizan por su extraordinaria riqueza.

Las grandes ciudades presentan notables contrastes, mientras cada día hay más edificios lujosos en zonas privilegiadas, y en los restaurantes y lugares de esparcimiento hacen cola para entrar; en una calle lateral, pude ver noches atrás, cuando salía de un restaurante, la escena lamentablemente cotidiana de una familia completa, que semiocultos por la penumbra y como fantasmas, hurgaban en la basura en busca de cartones y diarios.

En esta oportunidad se trataba de una pareja con dos chicos, uno de no más de un año y el otro no mayor de dos, que a las once de la noche todavía jugueteaban en la vereda con algunas latas, con la inocencia propia de quienes aún no tienen conciencia de su condición, mientras sus supuestos padres se ocupaban de su diario trajín.

¿Qué les espera a estos niños en su futuro, qué alimentos recibirán, qué educación tendrán, qué es lo que están aprendiendo ahora viendo a sus padres realizando un trabajo sucio, peligroso e indigno para un ser humano y más aún para un niño y viendo al mismo tiempo circular vehículos lujosos y gente bien vestida?

¿Tienen alguna oportunidad? ¿Qué conclusión podrán extraer cuando sean más grandes? ¿Hay alguien con poder que se esté ocupando de ellos?

Nosotros éramos un grupo de privilegiados que festejaba un cumpleaños y que pudo ver en la vereda de enfrente cómo esa pareja hacía su trabajo, concentrada en esa tarea y sin prestar atención a otra cosa que no fueran las bolsas de residuos.

Sentimos impotencia ante el espectáculo que ponía en evidencia el sufrimiento de seres humanos que separados apenas por unos metros parecían habitar un universo diferente.

Tampoco era oportuno tratar de aliviar su situación ofreciéndoles ayuda, porque además de que no les reportaría una solución de fondo los podría hacer sentir aún más humillados al percibir la compasión ajena, cuando ellos tal vez llegaron a convencerse de estar haciendo un trabajo digno.

En una gran ciudad, la gente tiene la libertad de circular y de recoger lo rescatable que los demás desechan factible de ser vendido, para tal vez poder comer ese día, ya que con sus limitados conocimientos e ignoradas habilidades parecen estar excluídos y sólo pueden hacer solo eso.

Sin embargo, deberían existir programas de asistencia que proteja a estas personas y a sus hijos, quienes están condenados a una vida insalubre, expuestos a sufrir enfermedades graves y privados del necesario descanso.

Esta gente parecía pertenecer a la más baja categoría de los cartoneros, los que recién empiezan, que trabajan en la clandestinidad dentro del negocio de la basura y que por eso sólo pueden acceder a los que dejaron los otros, que pasaron antes, los que ya se conocen entre ellos, que comparten códigos y que hasta cumplen horario.

Porque hasta en estos trabajos es evidente que existen pautas y jerarquías que imponen las mafias que mandan, que son las que cuentan con rodados de gran tamaño, para recibir la recolección general, ubicados en lugares estratégicos.

En cambio ellos parecería que trabajaban solos, sin relación alguna con los otros, tal vez estaban intentando iniciarse en esa actividad, porque apenas contaban para cargar el producto de su trabajo con un cochecito de bebé todo destartalado, para ganarse el día.

¿Podemos hacer algo por ellos? ¿Hay alguien que sepa qué se puede hacer en estos casos que no denigre a esta gente aún más bajo y que sirva de algo?

No se si los que vimos en esa oportunidad tenían algún lugar para dormir esa noche o si realmente son de los tantos que duermen en la calle. Por su apariencia sucia y harapienta supongo que su albergue no debe ser más acogedor que debajo de un puente o en algún callejón debajo de un alero grande que pueda protegerlos de las inclemencias del tiempo.

Esa es la vida que todos vemos que hace tanta gente con infinita paciencia, seguramente sin ninguna esperanza, vagando en el infierno de la indiferencia.

Pero, ¿qué podemos hacer nosotros, los que observamos desde el otro lado de la calle, los que vivimos en un mundo de comodidades y privilegios? ¿Cómo podemos ayudar a cambiar esta realidad? No es suficiente con sentir lástima o tristeza, es necesario actuar.

Podemos empezar por educarnos a nosotros mismos y a los demás sobre la realidad de la pobreza y la desigualdad. Podemos donar a organizaciones benéficas que trabajan para ayudar a las personas en situación de pobreza, o incluso podemos ofrecer nuestro tiempo y habilidades como voluntarios.

Además, podemos utilizar nuestra voz para abogar por políticas que ayuden a reducir la pobreza y la desigualdad. Podemos votar por líderes que se comprometan a tomar medidas para abordar estos problemas. Podemos hablar con nuestros amigos, familiares y colegas sobre estos temas y alentarlos a hacer lo mismo.

También es importante recordar que cada persona en situación de pobreza es un individuo con su propia historia, sueños y aspiraciones. No son simplemente cifras en un informe o rostros anónimos en la calle. Son personas que merecen ser tratadas con dignidad y respeto, independientemente de su situación económica.

Finalmente, debemos recordar que la pobreza y la desigualdad no son inevitables. Son el resultado de decisiones y políticas humanas, y pueden ser cambiadas por decisiones y políticas humanas. Si trabajamos juntos, podemos hacer una diferencia y ayudar a crear un mundo en el que nadie tenga que vivir en la miseria mientras otros disfrutan de la opulencia.