El derecho a la rebelión
Salvo en el caso de la democracia directa, en el resto de formas de gobierno el poder es ejercido por uno o varios individuos que no coinciden con el conjunto de los gobernados. El caso más típico y más cercano a nosotros es el de los países occidentales, cuya forma de gobierno generalizada es la democracia representativa, consiste en un grupo de gente que gobierna porque así lo han decidido los ciudadanos. Existiendo esta diferencia entre los gobernados y los gobernantes tiene sentido hablar del derecho a la rebelión. Este es uno de los pilares más importantes de los estados contemporáneos, tanto en la teoría como en la práctica. Veremos a continuación su importancia.
El derecho a la rebelión como fundamento práctico de los estados actuales
Hablar del derecho a la rebelión es una forma de hablar, algo metafórica si se quiere. En realidad no está tipificado en ninguna parte y sabemos que los derechos son convencionales, no son algo que uno se encuentre por ahí, pululando por la naturaleza independientemente de nuestras convenciones sociales. Sin embargo, cada gobernado tiene la intuición de que no tiene por qué aguantar abusos de sus gobernantes. Esta intuición fue la que, en la práctica, llevó al nacimiento de las formas de estado que nos encontramos en nuestro entorno. Durante los siglos XVII y XVIII en varios países (Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Suiza y Holanda) el pueblo se cansó del despotismo de sus monarcas, se produjeron rebeliones y rodaron varias cabezas. El pueblo no quería ser explotado por monarcas absolutos y ejerció su derecho a la rebelión.
El derecho de rebelión como fundamento teórico de los estados actuales
Las rebeliones que hemos mencionado en el epígrafe anterior inspiraron a varios filósofos políticos para hablar de forma explícita del derecho a la rebelión. Ya antes de esta época de cambio, Maquiavelo habló de la importancia de las rebeliones a lo largo de la historia. Del mismo modo, en El príncipe advierte a Lorenzo de Medici de la importancia de no abusar del pueblo que es, en última instancia, quien mantiene al príncipe en el poder.
Pero sin duda alguna fue John Locke el filósofo político que mejor caracterizó este derecho. Según Locke el poder de los gobernantes es una cesión del poder de los gobernados. Esta es una cesión condicional. Los individuos aceptan vivir bajo la protección de un estado a cambio de una cesión de poderes. Por su parte, el gobierno ha de utilizar ese poder otorgado por los individuos para el bien común. Cuando no obra así, entonces el pacto entre los individuos y el estado se rompe y queda deslegitimado. En este contexto, los gobernados tienen derecho a la rebelión. Es más, a ojos de Locke no se trata solo de un derecho, es también un deber.
Locke, prevenido contra la objeción de que este derecho a la rebelión podría causar una espiral de violencia, añade lo siguiente: la alternativa al derecho de rebelión es un mundo en el que las personas honradas callan y aguantan cuando se abusa de ellas. Este mundo, lejos de ser un mundo pacífico sería un mundo cuyos pilares serían «la violencia y la rapiña», se trataría de una falsa paz que solo favorecería a «ladrones y opresores».