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El Hombre Perfecto

Publicado por Malena

el hombre perfecto

Desde el Taoísmo, el hombre perfecto es el sabio, o el santo, y su modelo de conducta es obrar sin actuar y enseñar sin pronunciar palabra.

Es el que puede contemplar la armonía del Todo para reproducir en su vida la imagen del modelo inteligible del mundo superior, siendo su guía la virtud, como son las estrellas para los navegantes.

El hombre perfecto conoce la belleza y entonces sabe qué es la falsedad, distingue la bondad y por ello conoce la maldad.

El hombre sabio logra lo que le interesa porque no se empeña y obtiene resultados sin forzar. También es bueno pero sin llegar a los extremos, porque detrás de los extremos viene el mal. No actúa, no interviene, el hombre perfecto se dedica a la tarea de no hacer nada.

Lao tse distingue tres clases de hombres: el soberano, el hombre perfecto y el vulgo.

El Tratado de Lao tsé es un tratado de la perfección; son 81 lecciones donde no hay diferenciación entre humanismo y teología.

El Tao es la perfección del hombre que se conforma y aspira principalmente unirse a Él.

Del Tao proviene la moral, sus virtudes son las virtudes del Tao y el Tao es el modelo que hay que imitar.

En la India el hombre superior es el brahman, para los estoicos es el sabio (divinidad-razón), y para los gnósticos es el hombre espiritual.

El hombre perfecto es el hombre iluminado por un conocimiento superior.

Para los hermetistas es un don divino que expulsa todos los vicios y los hace hombres puros.

El hombre sabio para el Taoísmo es el que descubre y valora el elemento divino y el que logra la iluminación al liberarse de todas las cosas materiales, guiándose sólo por el Tao; porque sólo el hombre perfecto puede apreciar su maravilla.

Para el hombre perfecto la conformidad con el Tao constituye su norma de comportamiento tanto privado como público.

El hombre perfecto carece de ambición y su desinterés lo hace grande, su bondad no es pasión sino quietud, la humildad y la modestia son sus virtudes.

El hombre perfecto es como el agua, se acomoda a todas las situaciones y formas y se ubica en el lugar más bajo.

No se da cuenta de su grandeza porque no conoce su perfección, se humilla en sus palabras y para ser el primero se coloca detrás.

Nadie puede iniciar contienda con él, ni reñir, ni tener cuestiones sin resolver.

El hombre perfecto no se singulariza, no se destaca, no quiere salir del todo común al que pertenece, porque singularizarse es el suicidio y en el anonimato no existe la ambición y sin ambición hay paz, y el mundo puede corregirse por si mismo.

Este concepto de hombre perfecto tiene sus raíces en la lejana y remota época de los reyes babilónicos, cuyas inscripciones comienzan con las palabras “el hombre humilde y manso”.

Para Lao tse, el hombre santo no tiene voluntad propia, porque está compenetrado con la voluntad de su pueblo; y la voluntad del pueblo es su voluntad.

Aunque tenga apariencia pobre, el hombre perfecto es la riqueza del mundo, exige respeto religioso hacia la naturaleza y tiene como regla general, la inoperancia, dejar seguir a las cosas su curso natural.

Séneca otorga la categoría de sabio a una clase inferior de hombres, los que tienen un carácter entero, mientras los de primera clase sólo aparecen de tarde en tarde.

Diógenes Babilonio creía que todavía en sus tiempos no había aparecido nadie digno de ser perfecto o sabio de primera categoría.

Zenón pensaba que en la realidad concreta es más una aspiración que se trata de imitar, que alguien real.

Para Lao tse, el hombre perfecto pertenece a la primera categoría divinizada por el Tao y su inoperancia es el secreto para ganarse el mundo.

Fuente: Tao Te Ching, Lao Tsé