El hombre de la calle
El hombre de la calle es un personaje que ha tomado cierto protagonismo en la filosofía contemporánea. Este no es un individuo concreto, más bien estamos hablando de una variable que va por cualquier persona que no tenga formación filosófica. En este sentido, recurrir a cómo vería determinado asunto «el hombre de la calle» puede servir tanto para apoyar una tesis propia como para refutar una tesis ajena. La idea es que el hombre de la calle carece de los prejuicios que pueden formarse los filósofos sobre el asunto sobre el que discuten.
Breve historia del hombre de la calle
El hombre de la calle tiene su historia en Filosofía, si bien en el pasado no era tan gloriosa como en el presente. En efecto, durante la Edad Media, sobre todo en las discusiones acerca de las relaciones entre fe y razón, era muy habitual recurrir al «vulgo», considerado como gente simple y sin formación. En este caso, los filósofos y teólogos, tanto del mundo islámico como del mundo cristiano, recurrían al vulgo para darle un papel a la fe y conciliarla con la razón, sobre todo por lo que a los preceptos de los libros religiosos de estas culturas se refiere. Así, como vimos en la entrada dedicada a Averroes, este pensaba que el vulgo tenía que interpretar las escrituras literalmente, porque no podía llegar a más.
Sin embargo, en la filosofía del siglo XX el hombre de la calle toma una posición privilegiada, convirtiéndose su comprensión en un criterio libre de prejuicios filosóficos. En Filosofía del lenguaje el hombre de la calle cobrará especial protagonismo, sobre todo de la mano de Quine y de Kripke.
El hombre de la calle como autoridad y los prejuicios filosóficos
El hombre de la calle es una autoridad, sobre todo en Filosofía del lenguaje. Esto se debe, entre otras cosas, a que en esta disciplina se estudia el significado lingüístico, algo con lo que cualquier hablante está sobradamente familiarizado. Por su parte, aunque los filósofos sean hablantes, resulta que suelen tener prejuicios acerca de qué es el significado o sobre cómo funcionan algunos tipos de expresiones sobre cuyo significado se preguntan (como por ejemplo los nombres propios o los cuantificadores). Así que para recurrir a la autoridad del hablante se buscan hablantes no filósofos. Y este es el grupo que constituye al hombre de la calle.
Los problemas del hombre de la calle
Recurrir al hombre de la calle parece una buena idea, pero conlleva sus propios problemas filosóficos. En la Edad Media esto no era así, ya que por definición el vulgo no tenía formación y nada sabía de los asuntos de los filósofos y los teólogos. En el presente, sin embargo, el hombre de la calle tampoco sabe nada de esto y por ello se convierte en autoridad: carece de prejuicios gremiales.
De este modo, Quine recurrió al hombre de la calle para defender la tesis según la cual las modalidades de re carecen de sentido (esto es, según Quine para el hombre de la calle no tiene sentido hablar de propiedades modales de un objeto). Por su parte, Kripke defendió el sentido de la modalidad de re para el hombre de la calle. Así nos encontramos que para dos filósofos distintos la opinión que pueda tener el hombre de la calle es distinta. Y esto nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿No existirán prejuicios filosóficos acerca de lo que piensa el hombre de la calle? Y también: ¿No se trasladan los prejuicios del filósofo al hipotético hombre de la calle?