Los Haraganes
Los haraganes pueden ser rebeldes encubiertos o hedonistas incurables, pero también pueden ser seres incapaces de enfrentar los desafíos de la vida o pensadores estériles sin ninguna idea productiva.
Debe haber de todo un poco, pero lo que si es casi seguro es que los haraganes no se han reconciliado con la vida y no logran subirse al mundo porque básicamente le temen.
En el fondo todo haragán es un perfeccionista frustrado que no quiere intentar nada por temor al fracaso y porque además él mismo pretende la perfección, cosa que todos sabemos no existe.
También puede ser un depresivo que no desea vivir sino dormir el sueño profundo que le envidia a los muertos.
Al haragán le asusta la competencia, porque si llegara a molestarse en participar quiere ser el primero.
Vivimos en un mundo donde ya no se necesita hacer demasiados esfuerzos para sobrevivir y donde cada día nos volvemos más y más haraganes.
Escaleras mecánicas, ascensores, teléfonos celulares, botones que dan acceso a cualquier parte del mundo sin movernos de una silla, automóviles, aviones, comida hecha y todo lo que a uno se le pueda ocurrir a domicilio.
La mayoría de los trabajos se hacen sentados, apenas algunos se levantan para probar algún bocado, que han comprado antes de entrar a la oficina, para no tener que salir a comer afuera.
La modernidad es el campo propicio para que brote el germen de la haraganería.
Pero el perfecto haragán que no le importa ser así calificado, vive de los demás y por lo general no trabaja, puede hacer alguna changa de vez en cuando para los cigarrillos, pero prefiere no aceptar propuestas de trabajo fijo, porque no quiere perder la libertad de no hacer nada.
Platón le hubiera dado la razón, porque decía que el hombre ocioso era el verdadero hombre libre. A los que se dedicaban a ejercer oficios los consideraba degradados y a toda actividad comercial un mal necesario, calificando del mismo modo a todo aquel que cambiaba su trabajo por dinero.
Tiempo después, el arte de no hacer nada se convirtió en vicio, falta de virtud y pecado.
Al auténtico haragán no le aburre el ocio, al contrario, le aburre el trabajo, porque para él significa esclavitud, obligaciones, compromiso y responsabilidades.
Los budistas por su lado, enaltecen la inacción, imprescindible para alcanzar el Nirvana; y los doce apóstoles tuvieron que dejar sus trabajos concretos para seguirlo a Jesús y dedicarse a tareas trascendentes más abstractas.
Los holgazanes pueden dar cátedra sobre el ocio a todos aquellos que no pueden estar sin hacer nada y viven siempre haciendo cosas. Pero los extremos se tocan y es tan nefasto ser un haragán como un hiperactivo e incansable trabajador.
El justo medio, que es lo más difícil, es una saludable acción intermedia, la moderación en el hacer y el merecido descansar, nunca más del término medio, porque en la vida tiene que haber acción y reposo, trabajo y ocio y el descanso ganado es el que más disfruta una mente equilibrada.
En la antigüedad los vagabundos y mendigos eran los desafortunados o inválidos, no existía el trabajo como lo conocemos ahora y solo había nobles y esclavos.
El esclavo tenía que trabajar a la fuerza o morir, no tenían elección, mientras los nobles, haraganes de cuna, estaban condenados a no hacer nada.
Actualmente hay haraganes que perciben sueldos, como los empleados públicos que solo van a cobrar a fin de mes. Pero hay también haraganes en todos los trabajos, esos que se pasean con un papel en la mano como excusa para desaparecer de su lugar de trabajo.
Hay haraganes en todas las familias, son aquellos que nunca trabajaron, nadie sabe bien por qué, pero que se las ingeniaron para conseguir evadirse de la responsabilidad de hacerse cargo de si mismos.