Filosofía del Amor
En el amor y en la vida todo es cuestión de filosofía.
Saber qué valoran las mujeres en el amor puede ser útil para un hombre y qué piensan los hombres sobre el amor es también una cuestión que preocupa a las mujeres.
El amor es una emoción natural, todo aquello en la naturaleza que tiende a unirse es amor; lo que vive y crece, el aliento vital, el instinto de vida, y el principio de la vida es amor.
Tendríamos que vivir rodeados de amor, porque todo es amor, sin embargo, los seres humanos no pueden entenderse y llegan a odiarse, interrumpiendo el libre flujo del amor universal.
Comprender al otro y hacerlo feliz es la genuina felicidad para una persona, porque dar al otro enriquece, no empobrece.
Dar al otro sin condiciones es lo que hace una madre, pero fuera de esta relación madre hijo la comunicación armónica con los demás se hace difícil.
Una madre es feliz cuando su hijo es feliz, pero no necesita alienarse en ese rol del ser para otro sino que puede también ser para si misma y permitirse desarrollarse y crecer.
De eso depende ser mejor madre.
Este simple proceso puede ser imitado en todas las relaciones que tenemos y tendríamos no sólo felicidad y armonía a nuestro alrededor sino también paz interior.
El desarrollo personal es intransferible y no se puede ignorar en función de los compromisos que asumimos con los demás. Esos compromisos se cumplirán más eficazmente y con amor si hacemos lugar a nuestras aspiraciones más profundas y si somos responsables.
Ser responsable es hacerse cargo de nuestras decisiones, que tal vez nos puede obligar por amor en algún momento a postergar los deseos personales, pero nunca a renunciar a ellos.
La filosofía femenina del amor es valorar la comprensión y la atención. Toda mujer se maneja según sus emociones y necesita el romance en la relación de pareja, otras además idealizan al otro y se alienan en él para poder amar solamente con el corazón aunque no haya razón que lo sustente.
Esta emoción, común en las mujeres con corazones rotos, se convierte en una adicción, cuando la identidad personal se posterga indefinidamente y no se pueden establecer vínculos con otros intereses que no sean la relación de pareja, por lo que estarán destinadas toda la vida a repetir el mismo patrón.
Para la cosmovisión de un hombre, lo más importante en general es lo que hace, no la mujer que ama, que no por eso deja de tener importancia para él pero que siempre permanecerá en segundo término.
Esta condición es ancestral, probablemente debido al rol que ha asumido a lo largo de la historia, atraído por el poder y la búsqueda del sustento para sobrevivir.
Un hombre ama a la mujer a su manera, ni mejor ni peor que su pareja, sino con una filosofía diferente.
Difícilmente un hombre renuncie a su proyecto de vida por una mujer; y si así lo hiciera, probablemente esa mujer perdería el interés en él, porque la mujer necesita además de amar, admirar al ser que ama.
Los hombres pierden el interés en una mujer que vive sólo para ellos, que no se desarrolla como persona individual y que renuncia a sus ideales, aunque en la práctica parezca que los hombres prefirieran lo contrario.
El hecho de que una mujer se conecte con otros intereses cambia una relación de pareja de inmediato. La mujer deja de ser posesiva y celosa y adopta la distancia necesaria y el comportamiento adecuado para mantener una relación más armoniosa y duradera.
El hombre por su parte, puede en un primer momento mostrarse desconforme, y esto se debe por el temor al cambio, pero a la larga aceptará esa condición y estará mucho más contento.
No se trata de competir con el hombre, de obligarse a salir a trabajar o de hacer una carrera, sino que se trata de ser quien uno es.
Los matrimonios que llevan muchos años de casados han aprendido esta lección, no están juntos porque temen a la soledad o porque sea una obligación, permanecen unidos porque se aman y se admiran mutuamente por lo que son
Descubrirse a uno mismo y respetarse, es abrir el horizonte a cosas nuevas, enriquecerse como persona, elevar la autoestima y mantener para siempre el interés del otro.