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El Placer de Ganar

Publicado por Malena

el placer de ganar

Todos desean ser ganadores; ganar poder, honores, prestigio social, dinero, aceptación o premios; ser los mejores corredores, atletas, deportistas, etc.; llegar a descollar en alguna actividad que dominan y sobresalir en cualquier competencia, recibiendo por ello un galardón, un trofeo o una recompensa como testimonio de su habilidad específica.

Esta conducta existió siempre en todas las culturas y se mantuvo a lo largo de la historia, porque el hombre siempre necesió del reconocimiento social por sus logros.

El placer de vencer al otro han hecho muy codiciados los trofeos de guerra, que son motivo de orgullo y brindan la oportunidad de ser convertidos en ídolos.

La corona de laureles sigue siendo el símbolo del triunfo y de la gloria en los juegos olímpicos desde la Antigua Grecia.

Levantar una copa de ganador, para celebrar una victoria, evoca la costumbre de los pueblos guerreros que al vencer una batalla levantaban la cabeza cercenada del enemigo en señal de triunfo.

En las corridas de toros, el trofeo es el mismo toro y el matador recibe las dos orejas y el rabo.

En el deporte de la caza mayor, el cazador que en una lucha despareja lo ha vencido con un arma de fuego, se reserva para él la cabeza del ciervo como trofeo por su dudosa proeza, para posteriormente exhibirla sobre la chimenea o dentro de una vitrina.

Actualmente los trofeos, que son símbolos que representan la legitimidad de contar con una destreza determinada, vienen acompañados de mucho dinero.

Existen tantos premios para las actividades más increíbles que hasta se puede decir que la competencia se ha instalado en Occidente como forma de vida, y cualquier destreza, aún la más insignificante, puede hacer que alguien trascienda y gane suculentos premios.

Hoy en día no sólo tienen premio los mejores sino también los peores; y hasta se consigue premio por tener mal gusto, que suele tener mucha repercusión en el público, como por ejemplo, el galardón que recibe alguien por morir en forma espectacular o absurda, o sea un premio a la desgracia más atroz.

Alfred Nobel, fallecido en 1896, fue un industrial sueco que dejó una enorme fortuna a su fundación, para recompensar a las personas que hagan un elevado servicio a la sociedad, relacionado con la Física, la Química, la Medicina, la Literatura, la Paz y la Economía.

Pero la Fundación Templeton es la que otorga el premio más alto en todo el mundo, un millón setecientos mil dólares a quien contribuya a la investigación o haya servido a la humanidad con su espiritualidad, como por ejemplo la Madre Teresa de Calcuta, que también ganó, entre sus numerosos galardones, el Premio Nóbel de la Paz.

Ser un ganador, aunque sea un mérito digno de discusión, llena de orgullo y satisfacción al que logra ese honor.

La necesidad de reconocimientos y de premios indica siempre preocupación y dudas sobre la propia identidad. Porque por más premios que reciban los que ganan, que sólo señalan una capacidad mayor para hacer algo que a veces resulta irrelevante para muchos, no dejan de ser lo que son en otros aspectos, muchas veces seres alienados en el rol, que sin sus trofeos, se derrumban cuando no pueden seguir disfrutando de los privilegios y de la gloria de la fama.

Son muchos los que no pueden asimilar ese proceso cuando dejan de gozar de popularidad, tienen que enfrentar el olvido; y terminan perdiendo su equilibrio emocional y mental