El placer de la belleza
La concepción hedonista de la belleza, que recordemos es la que mantenía Epicuro y por extensión sus seguidores, tiene dos vertientes. En realidad son dos posiciones contradictorias entre sí, pero eso lo analizaremos tras verlas negro sobre blanco, o sobre la pantalla del ordenador, que así todo queda más claro.
Por un lado, asegura que la belleza se identifica con el placer. Es decir, no es que exista placer por un lado y belleza por otro, sino que inexorablemente ambos conceptos van unidos. La belleza da placer, no hay otra opción. Así que si algo no nos da placer no será bello, así de sencillo. La diferencia será semántica o no será. Utilizamos términos distintos para denominarlos pero son la misma cosa, la misma sustancia. Así, Epicuro aseguró que «si hablas de la belleza, estás hablando de placer; pues difícilmente podría ser la belleza belleza, si no fuera, muy placentera». Parece que de esta forma se zanja toda la discusión.
Pero, ¿qué sucede cuando la belleza nos causa dolor o incomodidad? ¿Qué pasa cuando la belleza nos confronta con nuestras propias limitaciones o nos recuerda a algo que hemos perdido? En estos casos, la belleza no nos da placer, sino que nos provoca una sensación de tristeza o melancolía. Sin embargo, eso no significa que dejemos de percibir esa belleza. Al contrario, a veces es precisamente esa tristeza la que nos hace apreciar aún más la belleza de lo que estamos contemplando.
Entonces, ¿cómo se reconcilia esta realidad con la concepción hedonista de la belleza? ¿Acaso Epicuro se equivocó al afirmar que la belleza y el placer son inseparables? No necesariamente. Podríamos argumentar que, en estos casos, la belleza nos da un tipo de placer diferente, un placer más complejo y matizado que el simple gozo sensorial. Es un placer que surge de la contemplación y la reflexión, de la capacidad de apreciar la belleza incluso en medio del dolor o la tristeza.
Sin embargo, por otra parte, también asegura Epicuro que aunque la belleza se vincule con el placer, no es la misma cosa. Habría que distinguirlos, añadiendo que la primera solamente tendrá valor en tanto y cuanto esté relacionado con el segundo. «Hay que apreciar la belleza, las virtudes y las cosas como ésas si nos proporcionan placer; pero si no nos lo proporcionan, hay que renunciar a ellas». Así que ahora descubrimos que podemos despreciar la belleza si no nos proporciona placer. Y, claro, el condicional y el verbo ponen de manifiesto que son cosas diferentes, que placer y belleza no son lo mismo.
¿Cómo puede haber semejante incongruencia? ¿Acaso Epicuro no se dio cuenta de que se estaba contradiciendo a sí mismo cuando defendía una cosa y, luego, la otra?
Bien, sucede que es habitual que nos contradigamos, incluso continuamente, en nuestro día a día. También sucede que los prejuicios respecto a un tema determinado nos ciegue ante errores que otros ven claramente. O, por qué no, cuando hablamos o escribimos sobre un tema al que no le damos mucha importancia ocurre que caigamos en contradicciones, errores, etc.
Por supuesto, ninguna de las excusas anteriores serviría para justificar a Epicuro. Aunque no se haya dado cuenta, nosotros sí lo hacemos, así que es conveniente señalar con el dedo si hace falta, aunque digan que es de mala educación, dónde se encuentra el error. Sin embargo, el filósofo oriundo de Samos está de buena suerte y existe una posibilidad de que se salve de la quema.
Como ya hemos recordado en varias ocasiones muchos de los textos escritos en el periodo helenístico no nos han llegado, conociéndolos a ellos y a las ideas que los sustentan por terceros. Pues bien, este es el caso de Epicuro, cuyas ideas y textos nos han llegado a través de Ateneo y Máximo de Tiro. Ellos son nuestros confidentes, nuestros soplones. Ay, quizás no sean demasiado buenos y traicionen al propio Epicuro, asumiendo por descuido o dejadez que el filósofo defendía ambas ideas, cuando no lo había hecho.
De quién es la culpa entonces, ¿de Epicuro o de nuestros informadores?
Parece que nunca lo sabremos, así que en lugar de buscar culpables, nos limitamos a señalar el error, que ya es bastante.
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