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La esencia del arte

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

Cuando cursaba cuarto de Filosofía, en la Universidad de Granada (España), tenía una asignatura que se llamaba «Estética I: la naturaleza del arte» (o algo parecido). Era una asignatura troncal, esto es, uno no podía licenciarse en Filosofía si no la aprobaba. La cuestión es que era una asignatura monográfica que giraba en torno a la alocada idea del profesor (y de sus filósofos favoritos) según la cual hay una esencia del arte, que es el simbolismo. El mismo profesor que impartía la asignatura aseguraba encontrar dificultades con la música instrumental, a la hora de justificar su tesis de que el simbolismo es una propiedad esencial de las obras de arte. Aquello lo interpretaba yo (y lo sigo interpretando) como que este profesor estaba completamente equivocado, así como su libro y buena parte de los autores que citaba en este. Y en este post argumentaré por qué pienso que la idea de que hay una esencia del arte es errónea.

La esencia del arte

«Brillo Box». Lo que diferencia a esta escultura de las cajas de detergente de un supermercado es una cuestión de convenciones sociales (como por ejemplo, la convención de llamar «Brillo Box de Andy Warhol» a esta caja de detergente).

La esencia de las cosas y las cosas sin esencia

El agua tiene la propiedad esencial de estar compuesta por dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. El agua tiene esencia. En las obras de arte, por el contrario, no nos encontramos con propiedades de este tipo, así que en principio son cosas sin esencia. Una pintura cualquiera de Picasso y La Celestina tienen en común tanto como una rana y una piedra. Aunque el esencialista en estética con tendencias al simbolismo exacerbado dirá: «es que tanto en uno y otro caso se está haciendo una manifestación sensible de la idea». Y esto es lo que desde el punto de vista del simbolista define al arte, esta es su esencia: «el arte es la manifestación sensible de la idea» (García Leal, J. 2002: 81). Esta formulita, que cuenta con todas las potencialidades necesarias para aparecer en un sobrecillo de azúcar, resulta que es defectuosa por cuanto cambiando nuestro ejemplo cae por su propio peso: si escribo ahora mismo algo como (1)

(1) El bigote de Juan Imedio es muy grande,

Resulta que eso es «la manifestación sensible [de una] idea». Así que, desde esta perspectiva, (1) es una obra de arte… peculiar y sui generis, que diría un esencialista simbolista militante, pero con todo (1) es una obra de arte. Por supuesto, resulta que yo soy un artista, aunque tengo que lamentar que hasta ahora no he sido reconocido como tal, de modo que tengo una infinidad de manifestaciones sensibles de ideas u obras de arte diseminadas por el mundo y aún no reconocidas como tales… ¡Porca miseria! Obviamente, los esencialistas no son tontos y se inventan hipótesis ad hoc de todo tipo cada vez que alguien aparece con un objeto particular que es una manifestación sensible de una idea pero que nadie reconoce como una obra de arte. Por ello nos limitaremos a decir aquí la propiedad esencial que comparten todas ellas: son una chapuza teórica.

La música y el arte

La música es un ejemplo perfecto de cómo el arte puede desafiar la noción de esencialismo. Como mencioné antes, la música instrumental no es simbólica en el sentido que defienden los esencialistas. Sin embargo, ¿quién puede negar que la música es una forma de arte? La música tiene la capacidad de evocar emociones, de transportarnos a otros lugares y tiempos, de hacernos sentir conectados con los demás y con nosotros mismos. Todo esto se logra sin la necesidad de un simbolismo explícito. La música, en su pura forma instrumental, es una prueba de que el arte no necesita una esencia definida para existir y para impactar a las personas.

Pero claro, que (1) sea una obra de arte no es el único problema para la definición de arte del esencialista simbolista. Resulta que la música instrumental no es simbólica en este sentido. Puede evocar lo que uno quiera, según cada oyente y según cada intérprete, pero Brillo Box de Andy Warhol y Entre dos aguas de Paco de Lucía tienen en común lo mismo que una silla y un elefante. De hecho, mientras que escribo esto estoy escuchando Welcome to Lunar Industries de Clint Mansell (es la BSO de Moon), una canción instrumental 100%, y no parece manifestar sensiblemente ninguna idea. De lo que sí me percato es que esta canción y las cosas como (1) son completamente heterogéneas.

Arte y convención

Si mañana a alguien le da por colocar (1) en un azulejo y escribir un artículo en el New York Times hablando de las maravillas estéticas de (1) es muy probable que (1) se convierta en una obra de arte. El artista no seré yo, sino el personaje que puso (1) en un azulejo y lo presentó en alguna galería de arte. Algo así ocurrió con Brillo Box. Estas cajas de detergente fueron diseñadas por un diseñador formado en la vieja escuela realista, de modo que por fuerza (el realismo no se llevaba cuando este pobre diablo salió al mundo laboral) se tuvo que dedicar al diseño industrial. Andy Warhol cogió unas cuantas cajas de brillo, las apiló en un museo y dijo «he aquí mi escultura». Todo el mundo habló de ello. Surgió una convención social nueva: la de considerar Brillo Box de Andy Warhol como una obra de arte, una escultura.

Qué sea una obra de arte no depende tanto de alguna propiedad que todas ellas compartan (y que quizás tengamos que descubrir en ellas para considerarlas dentro del dominio del arte) como de nuestras convenciones sociales. Y es que hay un sentido importante en el que cualquier obra de arte se parece más a la moda de llevar pantalones de campana que a las flores o al agua.

El arte y la sociedad

El arte no existe en un vacío. Está intrínsecamente ligado a la sociedad y a la cultura en la que se crea y se consume. Las convenciones sociales, las normas culturales, las corrientes políticas y filosóficas, todos estos factores influyen en lo que consideramos arte. Y lo que es más importante, influyen en cómo interpretamos y experimentamos el arte. Un cuadro, una escultura, una canción, una película, todos estos pueden ser vistos como arte en una cultura y no en otra. Incluso dentro de la misma cultura, lo que se considera arte puede cambiar con el tiempo. Esto nos lleva a la conclusión de que el arte no tiene una esencia fija. Es fluido, cambiante, siempre en evolución, al igual que la sociedad y la cultura en la que se encuentra.