El Hombre Consciente
Las personas más eficientes son las menos creativas, las más rutinarias y las más inconscientes. Se manejan como acostumbran, con viejos hábitos, con lo que conocen y no intentan nada nuevo.
Estas personas no pueden meditar porque están dominadas por la mente que no les permite ver lo nuevo, o sea, estar plenamente conscientes en el presente.
La mente está siempre en el pasado y constantemente controla el presente y el futuro.
Las personas creativas tienen más facilidad para la meditación y pueden alcanzar niveles de conciencia más profundos, como por ejemplo los artistas, que son los que están más abiertos a lo original y a lo nuevo.
La mente siempre es vieja y la conciencia siempre es nueva, por eso hay que prestar atención a la conciencia y no escuchar a la mente.
Cuando se presentan dos alternativas y hay que elegir, lo mejor es decidirse por la nueva, que es la más difícil porque exige mayor conciencia y no la mayor eficiencia.
Ser menos eficiente y más creativo nos hace más felices.
Las personas tratan por todos los medios de controlar a los demás, dirigidos por la mente.
Si abandonamos el control, la mente ya no nos puede dominar y nos volvemos personas más conscientes.
El que es ambicioso no puede meditar porque la base de la meditación es la no ambición y la ambición es el esfuerzo por controlar a los demás.
La mente vive en un estado de inconsciencia; sólo se vuelve consciente cuando la persona está en peligro.
La gente se desplaza por la calle en estado total de inconsciencia, no está presente, está pensando en otra cosa, hablando por teléfono, distraída con sus pensamientos, con la atención en el pasado o en el futuro. Está dormida y camina como sonámbula.
El que desea meditar tiene que aprender a prestar atención a cada cosa que hace en el aquí y ahora; caminar bien despierto, comer sin pensar en otra cosa, con la mayor atención, degustando cada bocado, sin permitirse estar con la mente en otro lado.
La mente no desea estar en el aquí y ahora, porque si lo hace ya no la necesitamos más, sólo nos basta con la conciencia.
A veces nos sorprendemos haciendo cosas que no queremos, sabiendo que nos vamos a arrepentir, a pesar de nosotros mismos; porque no estamos conscientes, no somos sinceros y dejamos que nuestra mente nos controle.
Una ley básica de la vida es que si tenemos miedo le damos energía a otro para atemorizarnos más.
La idea del temor le da al otro la idea opuesta, porque si uno está en polo negativo, en el lado opuesto se crea el polo positivo en forma automática.
Si tenemos miedo, surge inmediatamente en el otro el deseo de abusarse y de hacernos sufrir; pero si no tenemos miedo ese deseo no aparece en el otro.
La ley de la vida hace aparecer todo lo que pensamos; si pensamos en enemigos aparecerán, si amamos tendremos amor, si odiamos nos odiarán, porque todo lo que pensamos se hace realidad.
Si tenemos el estado de conciencia correcto, el mundo se transforma en un paraíso y todo lo que anhelamos aparecerá como por encanto.
Existen dos leyes universales: la ley de la mente, que nos hace vivir en un infierno y donde la vida es una pesada carga; y la ley de la no mente, del no ego, de los no apegos, que es cuando regresamos al paraíso y nos sentimos nuevamente en casa, donde las cosas ocurren y está todo a disposición.
Así es como estaban Adán y Eva en el Edén hasta que perdieron la gracia y fueron expulsados porque se convirtieron en seres egoístas y entendidos; y es partir de entonces que la humanidad sufre.
La no mente es la meditación y ese mundo diferente es el nirvana, la divinidad.
Fuente: “El hombre que amaba las gaviotas y otros relatos”, Osho, Grupo Editorial Norma, 2003.