Aristóteles y el Egoísmo
Nos dice Aristóteles que el hombre bueno se interesa en hacer el bien a los demás y cuanto más honrado es más bien hace; y que cuando se trata de un amigo puede llegar a olvidarse de si mismo. Pero como su amigo es su igual también tiene que amarse a si mismo de la misma manera.
Egoísmo es un término que se utiliza para quienes sólo piensan en sí mismos para satisfacer sus deseos mundanos y es con esta palabra que el vulgo los juzga. Pero para el hombre justo y sabio, que actúa según la razón y que disfruta de lo más elevado de él mismo, no puede aplicarse esta calificación.
Desde este punto de vista el hombre de bien es noblemente egoísta, algo muy diferente al egoísmo del hombre vulgar, así como también es distinto vivir racionalmente que hacerlo dominado por las pasiones, o en lugar de anhelar el bien desear sólo lo que resulta de utilidad.
Aristóteles sostiene que si todos los hombres fueran virtuosos, toda la humanidad tendría todas sus necesidades satisfechas; porque hacer el bien es también provechoso tanto para quien lo practica como para los demás.
En este sentido, Aristóteles nos invita a reflexionar sobre el valor de la virtud y la importancia de actuar de acuerdo a la razón. La virtud, según Aristóteles, no es simplemente un conjunto de buenos comportamientos, sino una disposición del alma que nos lleva a actuar de la mejor manera posible en cada situación. Es una especie de guía interna que nos ayuda a tomar las decisiones correctas y a actuar de manera justa y equilibrada.
El hombre de bien escucha a su inteligencia y a su razón y hace lo que debe hacer porque la inteligencia sólo elige lo que es bueno para ella. El hombre malo en cambio, vive en la contradicción entre lo que hace y lo que debe hacer y sólo obtiene su perjuicio y el de los demás.
El hombre virtuoso desprecia las riquezas y los halagos pero disfruta del honor de ser bueno y hacer el bien que es el más alto de los goces. Puede ceder con placer la gloria material a su amigo y sentirse mejor que él.
De esta manera es como un hombre debe ser egoísta porque sabe distinguir lo que es mejor para él. El egoísmo, en este sentido, no es una actitud de indiferencia hacia los demás, sino una forma de autoconocimiento y autoafirmación.
El hombre sabio y virtuoso necesita tener a su alrededor a otros para poder beneficiarlos, de manera que necesita a los demás tanto como los desafortunados que tienen la necesidad de aquellos que les puedan brindar ayuda.
Aristóteles considera absurdo al hombre solitario separado de los demás mortales, porque el hombre es por naturaleza sociable, sea feliz o desdichado y tiene necesidad de sus semejantes; y el arte de vivir no se reduce a una sola persona porque todo lo que hacemos afecta a los demás y también al mundo y es por esta razón que debemos orientarnos hacia el bien.
El hombre feliz y honrado vive y obra en forma agradable para los ojos de otros que también son sabios como él y ambos pueden disfrutar del goce mutuo de estar juntos; ya que vivir entre personas de bien es la mejor forma de ejercitar la virtud.
Existen actualmente en el mundo muchas personas que piensan, actúan y viven sólo para si mismas; no se comprometen con los demás, los ignoran y los utilizan; y tampoco les interesa el honor, la honestidad o el valor de la palabra.
Para Aristóteles la vida en si misma es buena y agradable, especialmente para los hombres sabios y virtuosos. Sentirse vivos es placentero y sentir el bien que se posee, también lo es; porque sólo se puede amar a la existencia cuando uno siente que es bueno.
El bien para Aristóteles es actuar como la naturaleza y preguntándose qué vida se desea vivir y cuál es el mayor bien para uno.
Fuente: «Aristóteles», Colección Grandes Pensadores, Ed. Planeta DeAgostini S.A., España, 2007