Monumentalidad
La irrupción del Imperio Romano supuso un cambio tremendo en el orden mundial, acabando con los estados diadocos, sucesores de Alejandro Magno, e instaurando una hegemonía que duraría varios siglos. A través, además de las armas, del latín, que desbancó al griego, los romanos llegaron a todos los rincones de todo «el mundo habitado».
Sin embargo, todo el poderío romano en el campo militar y en el ámbito político y económico, no fraguó en el arte o en la ciencia, que seguían debiendo todo a la época helenística, es decir, a los griegos. Los romanos, preocupados en guerrear y medrar políticamente, no tenían tiempo de pensar en el arte. Además, el pueblo perdió buena parte del acceso a la cultura que sí tenían los ciudadanos de las ciudades-estado griegas.
De todas formas, la exposición anterior es excesivamente caricaturesca, ya que sí existe un arte romano, además que refleja a las claras sus condiciones de vida y carácter, ya que es un arte que se caracteriza por ser colosal en la arquitectura y su suntuosidad en las decoraciones, además de por cierto realismo en las artes plásticas. Como asegura Burckhardt «diversos pueblos antiguos y modernos sabían construir a escala colosal, pero la Roma de aquel entonces quedará como única en la historia, ya que la predilección por la belleza, despertada por el arte griego, jamás se juntaría con tales medios materiales y con tal necesidad de rodearse de esplendor».
Pero esa “necesidad de rodearse de esplendor” refleja también en el carácter romano cierto grado de impotencia ante los griegos, a los que culturalmente veían como sus superiores. De ahí que necesitaran de obras grandiosas, gigantescas, como el que se compra un coche deportivo para contrarrestar sus carencias. De hecho, más que ver grandes a los griegos, que también, se veían a sí mismos pequeños. Así se entiende la afirmación de Séneca, filósofo coetáneo de Nerón, cuando tras loar a los griegos aseguró que «nos parecen tan grandes porque nosotros mismos somos tan pequeños».
Esa sensación de inferioridad sumada a la potencia económica, militar y política que era Roma es una explicación plausible a la monumentalidad del arte romano.
Sin embargo, a partir del siglo I, digamos que Roma comenzó a tener sus hombres cultos, y Séneca es una prueba de ello, pero una entre otras tantas. Incluso alguno de ellos se dedicó a la teoría del arte, algo que los romanos veían como secundario.
Principalmente eran eruditos, más que creadores, que se centraban en alguna disciplina científica concreta, como, por ejemplo, la teoría de la oratoria. Así que se dedicaban más a estudiar las teorías que los pensadores griegos habían creado, que ha desarrollar las suyas propias. Aunque de esto se puede decir que el propio Séneca es una excepción.
Ejemplos claros de lo anterior son Vitrubio, que escribió un compendio de las ideas que tenían los antiguos sobre la arquitectura; Plinio, gracias al cual conocemos los juicios respecto a la pintura y escultura que tenían los clásicos; y Cicerón, que se dedicó a estudiar la teoría de la oratoria y del arte de sus predecesores.
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