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Fatalidad y Destino

Publicado por Malena

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Ortega y Gasset, representa el pensamiento del futuro y trasciende el campo de la filosofía para comprometerse en un profundo análisis político.

Para este notable pensador y filósofo contemporáneo, el hombre es él y sus circunstancias, su fatalidad y su destino.

El hombre no es nada más que su proyecto, su vida, el conjunto de sus actos y que sólo existe en la medida en que realiza su potencial, eligiendo. El hombre elige su destino.

El futuro es una posibilidad ahora, que en gran parte se impone como el pasado. Pasado y futuro son sus circunstancias.

La miseria humana es proyectar la propia incompetencia en los demás o en la fatalidad; – las cosas están en mi contra, – yo valgo más de lo que he logrado, nunca pude encontrar un buen amigo, ni a una mujer que fuera digna de mí, podría haber sido un gran escritor o un hombre rico, etc.

O sea, los actos no condicen con las posibilidades que esta persona ha tenido, y todo ha quedado en el ámbito de la potencialidad pura sin manifestarse, porque no se ha traducido en actos, y ella es sólo sus acciones.

Para el existencialismo el amor es el que se construye y sólo se es un genio en la acción. El hombre dibuja su figura en sus actos y recién se puede definir quien ha sido en la lápida, porque hasta el último minuto de su existencia se realiza.

En esta línea de pensamiento, Ortega y Gasset nos invita a reflexionar sobre la importancia de la acción en la construcción de nuestro destino. No es suficiente con tener un ideal o un objetivo, es necesario actuar para alcanzarlo. El destino no es algo que se nos impone, sino algo que nosotros mismos construimos a través de nuestras decisiones y acciones.

El filósofo nos advierte también sobre el peligro de caer en la inacción por miedo a la fatalidad. La fatalidad, entendida como la creencia en un destino inmutable e inevitable, puede paralizarnos y evitar que actuemos para cambiar nuestra situación. Pero Ortega y Gasset nos recuerda que la fatalidad no es más que una excusa para no actuar. No importa cuán adversas sean nuestras circunstancias, siempre tenemos la capacidad de actuar para cambiarlas.

Lógicamente, esta forma de pensar puede herir a quien no ha tenido éxito en la vida, pero por otro lado está dando a todos la oportunidad de cambiarla a cada instante y realizarse.

La fatalidad puede resultar útil para justificarse, pero en realidad no importa si ésta existe o no existe, porque si existe como posibilidad lo único que importa es el ahora.

La fatalidad es el pasado que irremediablemente no podemos cambiar y el futuro es lo posible, son nuestras circunstancias, pero sólo existen nuestros actos en el aquí y ahora.

El idealista se fija metas gloriosas y lejanas y pasa por alto el presente.

La diferencia entre el héroe y el hombre común es que el primero es fiel a si mismo y no se deja vencer por un destino adverso ni se confía en uno favorable.

Aceptar las circunstancias permite al hombre desplegar al máximo su capacidad, porque ese es su verdadero destino.

Son las dificultades y las barreras a vencer las que forjan el carácter y superar estos problemas le proporcionan felicidad porque para un escultor, dice Ortega y Gasset, no hay mayor placer que el que siente frente a la resistencia del mármol.

La vida, esa compleja tarea que consiste en vivir, toma la forma de un proyecto coherente, no tiene un futuro cualquiera, sino uno que es posible en el aquí y ahora.

Fatalidad y destino son como abismos en los que hay que caer como la única manera de superarlos, en un acto de rebeldía, convirtiéndose en una decisión absolutamente libre.

El hombre moderno es el antihéroe, aislado y solitario, solo con su conciencia, construyendo un mundo utópico, que prefiere desentenderse de la fatalidad y el destino negándolos como componentes de sus circunstancias.

El hombre sólo es un ser en el mundo, conviviendo. En este sentido, Ortega y Gasset nos invita a entender que la vida es un proceso constante de interacción y adaptación a nuestras circunstancias. No somos seres aislados, sino que estamos inmersos en un mundo que nos afecta y al que afectamos con nuestras acciones. Por lo tanto, nuestro destino no es algo que se nos impone desde fuera, sino algo que construimos a través de nuestras interacciones con el mundo y con los demás.