Esencialismo necesario
A lo largo de nuestra vida, algunos dicen que cada día, nos encontramos en la tesitura de tener que mentir. A veces por nimiedades, otras por cuestiones de vital importancia y, en las demás, por costumbre. Hay personas que son mentirosas compulsivas, necesitando de la mentira para vivir, para gozar del día a día, insulso para ellas si no pudieran engañar a alguien. Somos conscientes de ello, de que la mentira existe, y de que muchas veces somos partícipes de ella, pero, entonces, si la mentira existe también tiene que hacerlo la verdad.
Si algo es mentira es porque su contrario es verdad. Y si es verdad, es verdadero, y, por tanto, no es una mentira. Sin embargo, es habitual escuchar expresiones tales como “mi verdad” o “la verdad no existe” o similares. Vivimos en la época del relativismo, donde no se puede juzgar aquello que desconocemos, y desconocemos todo lo que no seamos nosotros mismos, todo lo que quede más allá de varios centímetros de nuestra piel se convierte en incognoscible y, por tanto, en inconmensurable.
Así que nos encontramos con un doble discurso. Por un lado el que plantea que la verdad no existe, que todo tiene muchas aristas y que deberíamos seguir a Nietzsche cuando planteó su idea del perspectivismo, y que le permitía decir una cosa y su contraria. Pero, claro, era Nietzsche… Y, por otro lado, nos encontramos con nuestro día a día, donde reconocemos cuando alguien nos engaña —incluso los relativistas reconocen cuando alguien les miente— y reaccionamos (de diversa manera, pero reaccionamos).
Estos dos discursos sobreviven en ámbitos distintos. Se puede exigir en determinados foros que no debemos juzgar determinados tipos de vida por nuestros patrones (nuestros patrones occidentales, se entiende), porque eso es una suerte de dominación y ceguera ante la diversidad cultural y de acciones, al mismo tiempo que se entra en cólera si un amigo nos miente o una pareja nos engaña con otra persona. Ahí sí que podemos juzgar el asunto por nuestros patrones, por supuesto.
Sin embargo, existe una vía intermedia, planteada por Martha Nussbaum, y otros filósofos contemporáneos, por la que existiría un esencialismo necesario. No uno completamente seguro de sí mismo, claro, que cree poseer la verdad de las cosas, sino uno que es consciente de que necesitamos de balizas en las que sustentarnos y que, aunque sea atientas, podemos reconocer una verdad, aun asumiendo que sea una verdad contaminada por nuestra propia mirada. Y, lo que es más importante, que podemos reconocer la mentira. Reconocerla para poder combatirla, para desenmascararla y erradicarla donde se cobija, donde se dedica a destruir vidas bajo el manto de la costumbre, de la supuesta superioridad de una determinada raza sobre el resto o de cierto sexo sobre otro, etc. Sin este esencialismo necesario estaríamos indefensos, sin ningún arma ideológica ni conceptual con la que defendernos ante la agresión de la mentira. Lo que no quiere decir que sea una guerra que se pueda ganar, más bien es un ir tirando.
Imagen: elamigodelasabiduria.blogspot.com.es