Filosofía

El otro

Publicado por Ruben Avila

El otroAl “yo” se contrapone el “otro”. Si el primero es lo que somos, si es el canal por el que descubrimos y reconocemos lo que nos rodean, (como aseguraba Schpenhauer, el mundo es mi representación); el otro será lo que se nos escapa. Para Levinás, el otro es aquello incognoscible, representa la alteridad absoluta que nunca podremos comprender. Sin duda alguna sobre esta base se formulan muchas teorías, también con fuerte base relativista, que nos conminan a no juzgar el comportamiento de los demás porque somos incapaces de conocer los verdaderos motivos. Cuanto más alejemos su posición (de género, cultural, etc.) más errado será, nos dirán, juzgarlos. Si apenas conozco por qué hago yo las cosas, ¿cómo voy a pretender comprender a los demás?

La diferencia

Sin embargo, esta posición, que quizás pueda resultar encomiable o por lo menos inmaculada, encierra en sí misma una violencia camuflada, ya que se termina cosificando a ese otro desconocido. Si le desvestimos de todo aquello que nos une y nos permite, realmente, empatizar con su dolor, alegría… Nos encontramos al final de la cadena con un abismo o, peor, con el infierno que aseguraba Sartre que eran los otros.

Pero la posición contraria, la ceguera liberal que llaman algunos, de anular todas las diferencias, fijándonos exclusivamente en lo que une al “yo” al “otro”, también es una muestra de violencia, porque tiende a priorizar las características que conoce ese yo, olvidándose o negando la parte no conocida, la alteridad que representa el otro.

En este último caso, coincidiendo con lo dicho por Gabriel Bello en su El valor de los otros, se termina excluyendo, al definirlo por aquello que debe ser excluido. Toda aquella persona que evidencia su diferencia, que no puede ocultarla, que sobrepasa la ceguera liberal, tiene que ser rechazada. Como aseguraba el político italiano Gianfranco Finni al Corriere de la Sera: ¿cómo se puede integrar a quien considera lícito o no inmoral el robo, el no trabajar porque deben ser las mujeres quienes lo hagan, incluso prostituyéndose?

En este caso no se está hablando de un individuo en concreto, sino de una colectividad, del otro al que se le supone condiciones que eliminan su posibilidad de integración. El otro pierde su individualidad, que no negamos al yo, terminando recluido en un mar de prejuicios.

Más allá del reconocimiento

Como podemos comprobar existe una tensión evidente que es sumamente difícil de aplacar. De hecho, situarse en el fiel de la balanza, es prácticamente imposible. La alteridad siempre será un auténtico terremoto para los cimientos de lo que somos. Sin embargo (o quizás por eso mismo), al ser nuestra identidad una construcción dialógica, construimos el “yo” a través del contacto con todos los “otros” que nos rodean, con los que interactuamos e incluso con aquellos a los que no conocemos personalmente pero nos llegan noticias de su precariedad o abundancia.

Por eso no es sólo es suficiente reconocer su existencia independiente a la nuestra, sus diferencias naturales y sociales, al igual que las similitudes de la misma índole (naturales y sociales). También, tenemos que ser conscientes de que somos en parte lo que nos han hecho. De que algo de ese otro está incrustado en el yo.

Además, es crucial entender que la relación con el otro no es estática, sino dinámica y en constante evolución. La interacción con el otro nos obliga a cuestionar nuestras propias creencias y valores, y a veces incluso a redefinirlos. Esta interacción puede ser enriquecedora, pero también puede ser conflictiva, ya que nos enfrenta a lo desconocido y a lo que no podemos controlar.

En este sentido, la alteridad no solo es un desafío, sino también una oportunidad para el crecimiento personal y colectivo. Nos permite expandir nuestros horizontes y desarrollar una mayor comprensión y empatía hacia aquellos que son diferentes a nosotros. Sin embargo, este proceso requiere un esfuerzo consciente y una disposición a aceptar la incertidumbre y la ambigüedad que vienen con la interacción con el otro.

La filosofía de la alteridad también tiene implicaciones prácticas en campos como la política, la educación y la ética. En la política, por ejemplo, el reconocimiento de la alteridad puede llevar a políticas más inclusivas y justas que tengan en cuenta las necesidades y perspectivas de diferentes grupos. En la educación, puede fomentar un ambiente de aprendizaje más diverso y enriquecedor, donde se valoren y respeten las diferencias. En la ética, puede ayudarnos a desarrollar una moralidad más comprensiva y menos centrada en el yo.

Finalmente, es importante destacar que la alteridad no debe ser vista únicamente como una fuente de conflicto o tensión, sino también como una fuente de riqueza y diversidad. La presencia del otro nos recuerda que no somos autosuficientes y que nuestra comprensión del mundo es limitada. Nos desafía a salir de nuestra zona de confort y a explorar nuevas perspectivas y formas de ser. En última instancia, la alteridad nos invita a ser más humildes y a reconocer la complejidad y la diversidad de la experiencia humana.