Filosofía
Inicio Filósofos Pre-socráticos El Pensamiento de Pitágoras

El Pensamiento de Pitágoras

Publicado por Malena

El Pensamiento de Pitágoras

Pitágoras pudo profundizar los conocimientos de los magos en Babilonia, que eran herederos de Zoroastro.

Los egipcios conocían las claves universales de las ciencias sagradas, pero los magos persas parecían haber llegado más lejos. Se atribuían la capacidad de manejar el poder oculto de la naturaleza y en sus templos ocurrían fenómenos inexplicables.

Pitágoras quería devolverle su prestigio al arte adivinatorio y daba lecciones en el templo de Samos sobre el porvenir de Grecia y del mundo.

Se instaló en Crotona y allí fundó su escuela para enseñar la doctrina esotérica y aplicar sus principios a la juventud. Era un instituto para la iniciación laica que tenía también la intención de transformar de a poco la organización política, de acuerdo a su idea filosófica y política.

Pitágoras preveía la caída del helenismo y deseaba inculcar los principios de una religión científica que incluía la esencia purificada de la sabiduría oriental.

En Crotona era respetado como un filósofo; seducía con el encanto de su fisonomía y de su voz porque llegaba a cautivar con la belleza de su semblante y la nobleza de su persona; atrayendo a la multitud con su virtud y su verdad.

El instituto fue llamado el templo de las Musas. Era un colegio de educación, una academia de ciencias donde los maestros acreditados podían enseñar ciencias físicas, psíquicas y religiosas. Constituía una pequeña ciudad modelo bajo la dirección del gran maestro.

La escuela de Pitágoras fue la más importante tentativa de iniciación laica, síntesis del helenismo y el cristianismo.

El ingreso a la escuela era difícil y los aspirantes debían someterse a distintas pruebas y ensayos. A los novicios no se les permitía hacer ninguna objeción a sus maestros ni discutir sus enseñanzas.

Pitágoras deseaba inculcar en las mentes jóvenes la facultad, para él primordial y superior del hombre, que es la intuición.

Para Pitágoras, el Uno es el Ser increado hecho de armonía, el Fuego viril, el Espíritu que se mueve por si mismo, el indivisible, el no manifiesto, cuyo pensamiento creador manifiesta los mundos efímeros. El único, el eterno e inmutable que se encuentra oculto detrás de lo múltiple y sólo confundiéndose con El, es como se penetra en su esencia.

La tarea de la iniciación era aproximarse al gran Ser, tratando de parecerse, volviéndose lo más perfecto posible y tan activo como Él, realizando la unidad en armonía.

Solamente así Dios estará en la conciencia y podrá el hombre participar de su poder.

La Mónada es la esencia de Dios, la Díada su facultad generadora y reproductiva y el mundo real es lo creado que es triple; porque como el hombre, el mundo se compone de cuerpo, alma y espíritu.

Así, el universo se divide en el mundo natural, el mundo humano y el mundo divino; porque la tríada es la ley constitutiva de las cosas y la clave de la vida.

El alma es el cuerpo etéreo que el espíritu construye, es lo que anima al cuerpo, semejante a él y que lo sobrevive después de muerto.

Pitágoras consideraba al universo como un ser vivo animado por un alma y penetrado por una gran inteligencia.

Aristóteles afirmaba que los pitagóricos creían en el movimiento de la Tierra alrededor del Sol y que las estrellas son sistemas solares con las mismas leyes del nuestro. Todas estas ideas se enseñaban pero se conservaban en el más absoluto secreto.

Los astros y los seres están formados por los cuatro elementos, Tierra, Agua, Aire y Fuego y por un quinto elemento etérico que es un estado tan sutil de la materia y tan vivo que ya no es atómico y que está dotado de penetración universal. Es el fluido cósmico original, la luz astral o el alma del mundo – concepto que se puede identificar con la materia oscura, supuesto moderno que explicaría la fuerza que frena la expansión del universo.

Cuando el alma haya definitivamente vencido a la materia entrará en el estado divino para su unión completa con la divina inteligencia.

Fuente: «Los grandes iniciados», Eduardo Schure, Edicomunicación S.A., 1998