Filosofía

Testimonio

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

Nuestra cultura es bastante individualista y eso queda de manifiesto en la epistemología que aceptamos. Por ejemplo, solemos quitarle crédito a aquello que nos llega por el testimonio de otros y es habitual decir, en determinadas circunstancias, cosas como «no estaba allí pare verlo y no lo sé», «es algo que he oído por ahí», «me lo han contado, por eso no estoy seguro», etc. Desde esta perspectiva, el conocimiento testimonial suele infravalorarse con demasiada frecuencia. Tanto es así, que en Filosofía no se le ha prestado atención a esta fuente de conocimiento hasta años recientes. Sin embargo resulta que la mayor parte de lo que podemos llamar conocimiento de un individuo ha sido adquirido a través del testimonio de otros.

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La inmensa mayoría de nuestro conocimiento la adquirimos a través del testimonio de otros.

Negar el valor epistémico del testimonio: tirando piedras en nuestro propio tejado

Como decíamos, salvo que uno sea omnisciente, la mayor parte de nuestro conocimiento ha sido adquirida por la vía del testimonio de otros, sea un testimonio oral, sea escrito. Sé que hubo un señor llamado Napoleón que trató de liberar a Europa de la tiranía, sé que existe un continente llamado América, que hay un río llamado Nilo, sé que los murciélagos no son aves, etc. Todo ello lo sé por testimonio, pues jamás vi ni conocí a nadie llamado Napoleón, no he estado en América, no he visto el río Nilo y nunca he visto mamar a un murciélago, aunque sí los he visto volar.

Ponerse farruco con el conocimiento testimonial tiene sus consecuencias negativas. En efecto, si hemos de poner esta vía de adquisición de creencias verdaderas en entredicho, entonces, de forma coherente, hemos de poner en entredicho la mayoría de nuestro conocimiento. En mi caso, tendría que poner en entredicho que existió Napoleón, que existe América, que existe el Nilo o que los murciélagos son aves. Suena absurdo, ¿verdad? Lo es.

¿Por qué se duda del conocimiento testimonial?

A veces nos engañan, muchos periodistas falsean las noticias y los datos (en España hay muchos casos conocidos: Francisco Marhuenda, Alfonso Rojo, Alfredo Urdaci, etc.), existen errores, etc. Este hecho suele servir para apuntalar un argumento bastante malo: puesto que de hecho algunas veces me engañan, podría ser que me engañaran siempre. Que este argumento es incorrecto salta a la vista. En efecto, no hay inferencia que permita pasar de «algunas veces» a «todas las veces». Ese camino está lógicamente vedado. Así que la suspicacia ante esta fuente de conocimiento tiene como base un hecho trivial y un argumento defectuoso.

¿Tiene sentido dudar del conocimiento testimonial?

En casos concretos y particulares tiene sentido dudar del conocimiento adquirido por la vía del testimonio. De forma sistemática es absurdo poner en entredicho esta vía de conocimiento. Si esta vía de conocimiento no fuera de fiar per se, entonces cada estudiante de medicina tendría que descubrir la penicilina por sí mismo, cada geógrafo tendría que descubrir los continentes, los valles y los ríos por sí mismo, nadie podría decir qué día nació, etc. Por otra parte, como hemos dicho, hay casos particulares en los que el testimonio es dudoso. Por ejemplo, en España tenemos un Gobierno que ha mentido a todo el mundo (ha incumplido su programa electoral al 100%), que está envuelto en escandalosos casos de corrupción, etc. En este caso, todo testimonio que provenga de una fuente de esta categoría es, cuanto menos, dudoso. Y la enseñanza que hemos de extraer de aquí es que son las circunstancias (en un sentido amplio) que rodean a cada bit de información que nos llega a través del testimonio de otros las que nos indican, generalmente, si hemos de dudar o no de esa información.