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John Stuart Mill: La importancia de la pluralidad

Publicado por Ruben Avila

Caricatura de John Stuart MillLa pluralidad de pensamiento nos parece fundamental para la buena salud de la democracia, que como bien recordaba el orondo Winston Churchill es el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás. En realidad, la existencia de la pluralidad enraíza con la propia existencia de la libertad, defendida (aunque de diversa forma) por pensadores y filósofos de muy diferente pelaje, siendo John Stuart Mill uno de sus principales valedores. De hecho, escribió todo un tratado para ella, intitulado Sobre la libertad.

Para el pequeño de los Mill, recordemos que fue hijo de uno de los padres del utilitarismo (James Mill), la pluralidad de pensamiento es algo a defender por encima de todo. Incluso aunque tal pensamiento nos resulte horrendo y vaya contra todo lo que defendemos. En un remedo claro de aquella frase que se le atribuye a Voltaire, “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo” (en realidad la frase procede de una de sus biógrafas, Evelyn Beatrice Hall, que utilizó la mencionada frase para mostrar el pensamiento volteriano).

Para el filósofo inglés, la conformidad de pensamiento, incluso suponiendo que se adecue a la verdad, lleva a la indolencia. La falta de debate abotaga nuestra capacidad de discernimiento, por lo que en una sociedad donde existiera un consenso absoluto porque se ha llegado al conocimiento de la verdad, con el paso del tiempo se perdería la facultad para defenderla, siguiéndola de forma borreguil, asintiendo sin saber por qué, ni para qué.

Es tal la aversión de Stuart Mill al consenso absoluto, que llega a asegurar que si no existiera una postura contraria, habría que impostarla, aunque sólo fuera a modo de entrenamiento. Aunque lo mejor, según su parecer, es la existencia de una disputa real. Todos sabemos que el entrenamiento es bueno, pero nada comparado con un buen partido.

Por eso, a decir de Mill, es tan importante la pluralidad de pensamiento, porque es señal de una sociedad saludable, activa, que por una parte defiende la libertad de pensamiento pero que por otra está capacitada para hacer frente a la mentira en buena lid, sin imponerse con la violencia, ni amedrentar al contrario, tachándole de hereje y haciéndole la vida imposible.

Incluso a aquél que niegue la mayor de las verdades, que al decir del filósofo inglés es la existencia de Dios, debe dejársele que defienda su postura, e incluso la propague. Se le podrá, y deberá, rebatir pero nunca utilizando la violencia o aprovechando la ventaja que da el número. Es más, un Estado decente debería defender del apaleamiento moral (y no sólo físico) al que se enfrentan muchas personas por el simple hecho de expresar posturas contrarias a los usos y costumbres mayoritarios.

Para muchos la defensa a ultranza que hace John Stuart Mill de la pluralidad es excesiva. De hecho, si acudimos a las legislaciones de los países más democráticos, nos encontramos con que la expresión de ciertas ideas es considerada como delito (hacer apología del nazismo en Alemania, por poner sólo un ejemplo). Sin embargo, también desconfiaríamos de una sociedad de pensamiento homogéneo, donde no hubiera disensión (ya nos advirtió Orwell en su 1984 lo que se encuentra siempre de ese aparente asentimiento). Al final, como aseguraba Aristóteles, en el medio está la virtud.