Los trabajos de Hércules (Primera parte)
Antes del nacimiento de Hércules, Zeus había anunciado en el consejo de dioses, que el primero de los descendientes que tuviera Perseo llegaría a ser el soberano más poderoso, destacado e importante de toda su estirpe. Pero Hera, la diosa que, entre otras atribuciones, tenía la de presidir los nacimientos, anticipó en aproximadamente dos meses el de Euristeo (hijo de Esténelo y sobrino segundo de Perseo), retrasando el de Hércules. Ello podría explicar, por ejemplo, el hecho de por qué en el curso de la explicación misma del mito, nuestro protagonista de hoy se viera forzado, durante tiempo determinado, a servir a éste.
Pero sin embargo, y no contesta con esto, Hera intentó a su vez matar al héroe recién nacido, introduciendo en su pequeña cuna dos fieras y enormes serpientes. Pero Hércules, dotado ya de una fuerza sobrehumana y altamente destacable (al menos, claro está, para el poco tiempo que tenía de vida), las estranguló.
Como todos los jóvenes de estirpe real, Hércules tuvo durante su adolescencia una esmerada educación, pasando por la música, el uso de las armas, o ejercicios físicos, entre otras actividades fundamentales. Y es que, entre otros maestros, tuvo a Lino, hijo de Apolo y músico muy conocido, para quien, sin embargo, la fuerza del alumno resultó práctica e inevitablemente fatal, matándolo en un momento de ira.
En este instante, es preciso recordar que, tal y como iremos viendo a lo largo de la explicación de este mito, en gran cantidad de ocasiones, Hércules es representado a menudo como un héroe dominado por crisis de furor incontenibles, que a veces llegan a la locura, llevándolo directamente al delito. Empero, y sea como fuere, por decisión de Alcmena, su madre, y a causa del hecho trágico citado, Hércules fue alejado de Tebas y enviado al campo (exactamente al pie del monte Citerón), donde vivió con una familia sencilla de pastores, y en cuyo lugar ayudó a aquella humilde gente en sus tareas y quehaceres cotidianos.
No en vano, un día, mientras apacentaba tranquila y relajadamente los rebaños, se le aparecieron en una especie de encrucijada dos misteriosas mujeres; ambas eran muy bellas, preciosas se podría decir, pero una, lisonjera y sonriente, le invitaba a seguirla por una pendiente deleitable tapizada con pétalos de flores; sin embargo, la otra chica, le señalaba un camino muy diferente al anterior, rodeado de abismos, arduo, rocoso, e interrumpido por zarzales llenos de espinas. Hércules escogió deliberadamente la segunda opción. Y es que, propiamente, su simbología venía a indicar que, la primera mujer, representaba el placer indolente, mientras la segunda, la virtud heroica.
Llegado a cierta edad, dejó a los pastores que le habían criado y se dirigió a la ciudad de Delfos, donde preguntó al oráculo de Apolo qué tenía que hacer, para poder purificarse tras haber matado a su desdichado maestro de música. Apolo le respondió, por boca de su sacerdote, que debía marchar a la Argólida (en Tirinto), donde se encontraba el rey Euristeo, y prestarle obediencia en todo cuanto le fuera mandado.
En efecto, cuando Euristeo lo tuvo a sus servicios, le encargó empresas sumamente difíciles e interesantes, de tal forma, que siempre le mandaba tareas algo más que imposibles para que el héroe nunca regresara, pues temía que le arrebatara el poder.
Los trabajos en la Argólida
En primer lugar, le ordenó matar al conocido león de Nemea, una fiera muy temida e igualmente invulnerable, el cual vivía en los bosques de la Argólida, lugar de donde salía con suma frecuencia para devastar las cosechar, y atacar tanto a los hombres como al ganado. Hércules intentó herirlo así con sus flechas, pero éstas no siquiera consiguieron provocarle el menor daño; luego lo intentó golpeándole su enorme clava, pero no pudo hacer nada. Entonces, siguió a la fiera hasta su guarida, la agarró, la apretó fuertemente entre sus brazos y la ahogó, descuartizándola más tarde, y con cuya piel se hizo un atuendo que siempre llevó puesto.
Al año siguiente, nuestro protagonista tuvo que marchar, para luchar contra la hidra, que se encontraba en el panteón de Lerna; se trataba de un monstruo acuático que presentaba forma de reptil, y tenía nueve horribles cabezas, con una particularidad fatal: crecían nuevamente cada vez que les fueran cortadas, siempre y cuando éstas no fueran destruidas simultáneamente.
Sin embargo, Hércules, ágil e inteligente, supo superar la manera de derrotar a la terrible fiera, incendiando un bosque y arrojando en medio del fuego al monstruo, quemando las cabezas todas a la vez.
Vivía en Arcadia un joven jabalí, de enormes y gigantescas proporciones, e increíble ferocidad, al que tenía que dar caza y atraparlo. Después de conseguirlo sin apenas ningún esfuerzo, Euristeo ordenó al héroe que capturase para él mismo una cierva de cuernos de oro y patas de bronce, que vivía tranquilamente en los riscos del monte Perineo. Estaba consagrada a Artemisa (diosa de la caza), por lo que, además de que se decía que era veloz como el viento, sería muy difícil atraparla. No en vano, Hércules tuvo que seguirla a todas partes y lugares durante largo tiempo, un año entero aproximadamente, e incluso llegando hasta el país de los hiperbóreos (región situada en el confín de la tierra, y cubierta eternamente de hielo y nieve), en donde finalmente consiguió darle caza; la ató, y se la echó a la espalda feliz y contento, pero exhausto tras el gran camino y esfuerzos realizados.
En Arcadia, exactamente en el lago Estínfalo, vivían unos pájaros muy grandes, cuyas garras y picos eran de bronce, y podían lanzar sus plumas, que atravesaban los cuerpos de sus víctimas como si fuesen afiladas y horribles flechas. De esta forma, mataban a los viajeros para poder así alimentarse con sus desdichados cuerpos. Hércules les obligó, sin embargo, a levantar el vuelo, haciendo resonar un tambor regalo de Atenea; y, cuando estaban todos en el aire, los atravesó con las flechas de su infalible arco.
El sexto trabajo fue sugerido al rey Euristeo por su hija Admeta. En Capadocia, a orillas del mar Negro, vivía el pueblo de las fieras y feroces mujeres amazonas, cuya reina, Hipólita, había recibido tiempo antes un regalo por parte de Marte, y que consistía en un precioso y legendario cinturón. Hércules hubo de entablar una terrible, cruel y espantosa batalla, aunque finalmente dio muerte a ésta, consiguiendo el citado obsequio.
A partir de este punto, la imaginación de Euristeo en hallar nuevas empresas para el héroe fue en aumento, al ver y comprobar que era prácticamente imposible que Hércules no las consiguiera. Al ver, precisamente por ello, que no había batalla, lucha o caza en las que nuestro protagonista no fuera superior a su oponente, pensó, sin embargo, otro tipo de empresas: el séptimo trabajo fue el de limpiar el inmenso establo del rey Augías, quien tenía tres mil cabezas de animales y desde hacía treinta años no había limpiado el establo.
Cuando Hércules se presentó, con el objetivo expreso de cumplir la misión, el rey se mostró tan contento y feliz que le prometió trescientos bueyes para cuando hubiera finalizado correctamente el trabajo. En este momento, y como ayuda para facilitarse la tarea, Hércules hizo desviar el rumbo del río Alfeo, y, abriendo una brecha en el muro de los establos, condujo hasta allí la furiosa corriente, que en poco tiempo limpió el estiércol.
– Nota: Debido a su extensión, el siguiente trabajo ha sido dividido en dos artículos. Continuará en «Los trabajos de Hércules (Segunda parte)».