El Mito de dios Baco y el rey Midas
Esta historia, como todos los mitos, enseña que los seres humanos tienen que ser cuidadosos con sus deseos, porque no sólo se pueden hacer realidad sino que pueden volverse contra ellos mismos.
La ambición desmedida es el peligro que pueden correr los que se aferran a las posesiones y al dinero, convirtiéndose en sus esclavos; sin darse cuenta que pueden perder muchas cosas que también necesitan, aún más valiosas.
Estaba un día Baco, el dios del vino, almorzando con el rey Midas, ambos despreocupadamente y de muy buen humor.
Después de haber disfrutado de una deliciosa comida, en agradecimiento a tan generosa hospitalidad, Baco le concedió al rey un deseo, pudiendo elegir cualquier cosa que quisiera.
Encantado con esta oportunidad que se le presentaba, decidió pedirle que todo lo tocara en adelante se convirtiera en oro, y lo miró con incredulidad teniendo la certeza que este pedido era imposible de satisfacer.
El dios Baco se decepcionó con su pedido, teniendo en cuenta que el rey Midas ya era muy rico, pero éste insistió diciéndole que el oro nunca era suficiente.
Convencido que eso era lo que el rey deseaba, decidió concedérselo tal como lo había prometido y luego se marchó.
El rey Midas al ver al dios Baco alejarse con su caballo levantó la mano para saludarlo y sin querer rozó con sus dedos la rama de un hermoso árbol e inmediatamente esa rama se transformó en oro.
Enloquecido de felicidad por ver su deseo cumplido, observó a su alrededor, tomó una piedra del piso y con gran alegría pudo ver que ésta se convertía en oro al instante y que la arena que tocaban sus pies también se transformaban en granos de oro.
De la gran alegría que sentía, no pudo evitar ponerse a gritar a los cuatro vientos diciéndoles a todos que era el hombre más rico del mundo.
A su paso todo a su alrededor se convertía en oro, los campos sembrados, las plantaciones de maíz, los frutos de los árboles, y hasta las paredes de su propio palacio.
Los sirvientes no podían creer lo que veían y no se atrevían a acercarse al rey que bailaba como un loco en el jardín rodeado de plantas y flores de oro, por temor de quedar convertidos ellos también en estatuas de oro.
Todos se pusieron a festejar muy contentos de ver a su rey tan feliz lavándose las manos en el agua de una hermosa fuente que pronto se convirtió también en oro.
Una vez que se calmó su entusiasmo y se sintió cansado y hambriento pidió a sus sirvientes que le sirvieran su comida.
Un fabuloso banquete estuvo a su disposición de inmediato y el rey se sentó a la mesa con la intención de disfrutar de todos esos exquisitos manjares. Pero grande fue su decepción cuando se llevó a la boca un trozo de sabrosa carne y ésta se transformó en oro.
Midas quedó desconcertado y tomó con más cuidado un trozo de pan crujiente, pero apenas lo tocó también se convirtió en oro.
Así se dio cuenta que su vida corría peligro, porque tampoco podía ingerir agua ni bebida alguna porque se transformaba en el dorado metal.
Desesperado, se puso de rodillas y elevando sus brazos al cielo se arrepintió de haber sido tan ambicioso y rogó al dios Baco que lo liberara de su codicioso deseo que seguramente lo mataría.
Sus sirvientes se compadecieron de él pero vanos eran sus intentos para ayudarlo; hasta que de pronto, el dios Baco apareció imprevistamente en el jardín del palacio, alegre como siempre, se puso frente al rey que permanecía arrodillado y le dijo que se levantara.
Señalándole que había sido ambicioso y necio, lo tranquilizó diciéndole que lo perdonaría, debiendo sumergiera en el río para deshacer el hechizo.
Así, el rey Midas aprendió la lección y regresó a su palacio muy feliz a saciar su sed y su apetito, con la serena convicción de que de ahora en adelante no sería más un hombre tan necio y codicioso.