La duda como esencia del yo cartesiano
Ayer llamamos la atención sobre el hecho de que la definición de sustancia dada por Descartes era incoherente con sus propios planteamientos, por lo que propusimos una alternativa. Sin embargo, nuestras gamberradas no se pueden quedar en tan poco, por lo que estamos dispuestos a aventurar que Descartes tampoco es demasiado preciso a la hora de definir al yo como sustancia pensante.
El yo piensa, pero pensándolo bien, Dios también piensa, al menos, según las propias palabras de Descartes, no quiere engañarnos y querer, en términos cartesianos, es pensar. Entonces, ¿cómo puede ser el pensar la característica definitoria del yo, si hay una entidad heterogénea que también es pensante? Desde nuestro punto de vista, es admisible que tanto Dios, como los yoes piensan, pero entonces, el pensamiento no puede ser la característica definitoria ni de Dios, ni de los yoes, ya que eso conllevaría que Dios sería uno de los yoes o que los yoes serían Dios. El problema está en que la noción de «yo» no excluye a otros tipos de entidades. Además, enfarraga todo bastante ya que, tomada conjuntamente con la definición de Dios como res infinita, da la sensación de que Descartes hace pasar como una distinción cualitativa, lo que es una distinción de grado: ¿Dios tiene pensamiento infinito y los yoes pensamiento finito?.
Esto es inadmisible, sobre todo cuando nuestros valores epistémicos son la certeza, la univocidad y similares, como es el caso de Descartes. ¿Cuáles pueden ser las salidas posibles de Descartes a esta cuestión metafísica? Bueno, podría decir que Dios no piensa, pero entonces eso sería incompatible con su concepción de Dios como ser con intenciones, al menos la de no engañar a los yoes con sus percepciones y con la matemática. Si Dios no piensa, no tiene la intención de no engañarnos, en términos cartesianos, y, por tanto, Descartes se queda sin mundo externo a la mente. Además, posiblemente, de haber defendido algo así en sus días, habría acabado en la hoguera por hereje.
Podría, asimismo, buscar en los yoes alguna característica que ellos, y solo ellos, compartan, con lo que identificaría el tipo de sustancia que es el yo de forma unívoca y no se confundiría con Dios. ¿Qué hay en el yo que no haya ni en la cosa extensa ni en la cosa infinita? El yo duda y dudar es pensar, pero no todo pensar es dudar. Estamos seguros de que el yo duda, de hecho, eso es lo que demuestra Descartes y, a partir de ahí, concluye, sin más argumentos, que los yoes tienen deseos, intenciones y otra serie de estados mentales a los que él llama, en general, pensamiento.
Lo cierto, siendo rigurosos, es que lo que Descartes «demuestra», siguiendo sus propios criterios, es que el yo duda, lo cual no nos informa de nada respecto a otros estados mentales del yo. Tal vez, podría darse el caso de que el yo dude y poco más, pero podría haber, siendo coherentes con los planteamientos cartesianos de rigurosidad y método, estados mentales solo experimentados por Dios y no experimentables por los yoes. Tales estados mentales podrían formar parte de la extensión de lo que Descartes llama «pensamiento».
Ahora bien, cabe plantearse la siguiente cuestión: del mismo modo que Dios podría tener estados mentales que llamaríamos pensamiento, inaccesibles a los yoes, ¿cabría la posibilidad de que los yoes, debido a su imperfección, por ejemplo, porque no son omniscientes, tuvieran estados mentales imposibles en Dios? En uno de estos estados mentales está la solución que Descartes necesitaba. En efecto, esta es la duda. Lo que el filósofo francés demostró, fue la duda, no demostró que tuviéramos otros estados mentales. Él asumió sin mayor discusión que en el pensar, según él lo concibió, iba incluido todo el paquete de estados mentales posibles, cuando no demostró tal cosa en ningún momento. De hecho, del hecho de que Dios piense, que tenga algunos estados mentales, no se sigue que Dios dude, estado mental que, aceptando la idea de que Dios es omnisciente, como Descartes asume, es imposible que tal entidad experimente.
Sin embargo, los yoes no experimentan el estado mental de la omnisciencia, exclusivo de Dios. Eso no significa que los yoes no piensen, pues sí que tienen algunos estados mentales de los que llamamos pensar. Sin embargo, este estado mental particular, la duda, es exclusiva del yo y, además, es a partir de ella que Descartes demuestra la existencia del yo.
Por tanto, concluimos con que Descartes no fue tan riguroso como exigía su método a la hora de definir al yo como la cosa que piensa. De hecho, ni siquiera analizó suficientemente, tal como exigía su propio método, la noción de pensamiento que él mismo proporcionó. No obstante, su filosofía proporciona las herramientas para solventar estos problemas, pues a partir de ella, extraemos una definición rigurosa del yo como sustancia que duda, estado mental este, que distingue a los yoes de otros tipos de sustancias pensantes, como es la sustancia infinita, Dios, la cual piensa, en términos cartesianos. La capacidad de pensamiento a Dios es atribuida por Descartes para mostrar la existencia del mundo externo a la mente, que se reduce a las buenas intenciones al respecto de la divinidad. Nosotros la asumimos y, de camino, nos preguntamos si habría estados mentales, que sean pensamiento, imposibles en Dios. Desde nuestro punto de vista, y asumiendo con Descartes la omnisciencia divina, el único estado mental definitorio sería la duda. Podría haber más, como la angustia, sin embargo, Descartes no demostró nada acerca de tal estado mental y, siguiendo el método cartesiano, necesitaríamos previamente dos cosas: 1) una prueba de que el yo siente angustia y 2) una prueba de que Dios no siente angustia. Por lo que a nosotros respecta, nos hemos tomado la libertad de demostrar, siendo coherentes con Descartes, que Dios no duda, en la medida de que la omnisciencia excluye el dudar.
Otra posibilidad, desechable si seguimos los cánones de rigurosidad cartesianos y vivimos en sus circunstancias, sería dar una definición no mentalista y relacional del yo, como la sustancia que ocupa una sustancia extensa durante algún periodo de su su existencia. Sin embargo, eso tendría el problema de obligar a Descartes a ser un hereje, ya que su rigurosidad le exigiría estar en contra de la doctrina cristiana establecida, según la cual Dios se hizo hombre y estuvo en la Tierra, en el cuerpo de Jesuscristo. Obviamente, sería injusto por nuestra parte criticar las incoherencias de Descartes yendo más allá de dónde él podía ir. Desde este punto de vista, él no podía ser hereje, so pena de acabar en la hoguera, era un lujo que no se podía permitir. Nosotros, para hacer una crítica justa de su pensamiento, nos tenemos que meter en su pellejo y, por tanto, no podemos ser unos herejes en este sentido, aunque seamos ateos (como es mi caso). Precisamente, siguiendo este criterio, es fácil demostrar que Dios sí siente angustia y que, por tanto, la angustia no define al yo, si constatamos que Descartes no puede negar, so pena de herejía, la pasión de Jesucristo. De hecho, podríamos asumir que la existencia del mal angustia a Dios.
Por otra parte, suponiendo que Descartes no hubiera dado una respuesta evidentemente hereje, solo le habría quedado una salida: asumir esa definición no mentalista de sustancia y volver a reproducir el problema: no distingue de forma unívoca a Dios y al yo, puesto que los yoes y Dios habrían ocupado en algún periodo de su historia alguna sustancia extensa.