La Sinceridad
La sinceridad consiste esencialmente en decir la verdad manteniendo una total coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace.
Es lograr ser una persona auténtica, tal cual es, sin poses ni dobleces, que dice lo que piensa y hace lo que dice.
Para ser sincero con los demás es necesario primero ser sincero con uno mismo, siendo capaz de tener actitudes espontáneas sin inventar, actuar o especular.
Una persona sincera es transparente, mira a los ojos, no finge, ni aparenta; y su sinceridad es, además de una virtud, un estilo de vida.
Ser sincero no nos obliga a ser maleducados diciendo todo lo que pensamos; más bien es el arte de saber cuándo hay que hablar y cuándo callar. Porque la sinceridad no justifica la falta de piedad y compasión hacia los demás ni nos redime de revelar historias o secretos que pueden hacer mucho daño; más bien es el don de la discreción que desea evitar el sufrimiento.
La persona sincera trata a todos igual, no hace diferencias, porque el respeto por el otro no distingue rangos sociales ni saldos de cuentas bancarias.
La sinceridad se caracteriza por un lenguaje directo y claro que no se presta a confusión ni da lugar a vagas interpretaciones, porque la intención de quienes son sinceros no es ocultar sino comunicarse con franqueza y hablar con la verdad.
Vivir en la mentira nos esclaviza mientras la sinceridad nos libera. El que es sincero es libre porque puede hablar a sus anchas de cualquier cosa y porque no tiene nada que ocultar. Cumple con lo que promete, paga sus deudas, se hace cargo de sus errores actuando con responsabilidad y actúa con integridad respetando sus propios valores. Porque la sinceridad es también honestidad, honradez, decencia, racionalidad y decoro y obliga a actuar con justicia, rectitud y lealtad, ya que se trata de la virtud de las virtudes.
La gente valora la sinceridad y rechaza la falsedad; se inclina por todo lo que es genuino en todos los órdenes y no duda de que lo auténtico siempre es lo mejor.
El que engaña subestima a la víctima para obtener un beneficio personal; cree que no lo notará porque es más ingenuo que él, se aprovecha de su confianza y esa vulnerabilidad lo hace sentir superior.
Pero el que engaña a otro también se engaña a sí mismo porque inevitablemente, tarde o temprano quedará al descubierto y en un minuto perderá toda credibilidad.
Ser sincero en un mundo de mentirosos puede ser una actitud difícil de mantener, porque todos mienten.
Nos miente la propaganda a través de los medios de comunicación, nos mienten los diarios, las revistas y los noticieros, que se complacen en sembrar discordias, crear dudas, diseminar chismes y en terminar con muchas reputaciones. Nos mienten los negocios, los supermercados, los bancos y todas las empresas de servicios que quieren vendernos algo.
Si actuamos condicionados por el medio que nos rodea es difícil que seamos sinceros, porque lo más probable es que hagamos lo mismo que los demás y engañemos para beneficiarnos a nosotros mismos.
Sin embargo, siempre se está a tiempo para empezar a ser sincero consigo mismo, para después atreverse a ser sincero con otros; para poder lograr lo que todo ser humano necesita que es el respeto.