Hannah Arendt
Hannah Arendt es uno de los filósofos (teniendo en cuenta ambos sexos) más representativos del siglo XX. Su pensamiento es fruto de los acontecimientos más importantes del siglo pasado, que ella vivió en sus propias carnes, y más concretamente, de todo lo que supuso el auge del nazismo en Alemania, desembocando en la Segunda Guerra Mundial.
A nivel personal, su relación con Martin Heidegger, del que fue alumna y amante, también moldeó de manera fundamental el pensamiento político de Arendt. Sobre todo, la traición de su profesor, que terminó por convivir con el nazismo, sin poner ningún reparo, incluso apoyando al régimen de Hittler. Esto último sin duda fue todo un terremoto para la filósofa alemán que, no nos olvidemos, tenía origen judío.
No somos nadie
Una de las principales tesis arendtianas, fundamentadas en su propia visión del mundo que le tocó tocar, defiende que nadie ostenta ningún tipo de derecho, salvo si se encuentra bajo el amparo de alguna comunidad política, y en la medida que dicha comunidad le pueda apoyar. Ante la idea de que los derechos humanos eran independientes de cualquier gobierno, que las personas los ostentaban sin tener en cuenta su pertenencia a algún Estado, lo que demostró la Segunda Guerra Mundial, a decir de Arendt, es que en el momento que ciudadanos sin gobierno propio trataron de recurrir a sus derechos humanos, descubrieron que carecían de ellos. Sin un gobierno que les otorgase la ciudadanía, nadie quedó para protegerles, ninguna autoridad podía ayudarles.
Naturalmente, leyendo el párrafo anterior, a todos se nos viene a la cabeza la pérdida de ciudadanía de los judíos bajo el régimen nazi; la creación de guetos en los que quedaron encerrados en un primer momento; y su definitiva reclusión y asesinato en campos de concentración. Todo este proceso viene dado por su pérdida de ciudadanía primera, porque la única entidad capaz de garantizar los derechos de una persona son los Estado-Nación.
¿Qué derechos tienes?
Como un remedo del conocido refrán, podríamos decir, “dime qué nacionalidad tienes y te diré qué derechos ostentas”. No todos los seres humanos poseen los mismos derechos, a pesar de lo que diga la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. Hay personas con determinada nacionalidad que no tienen derecho a la vida o a la educación, o… Incluso dentro de un mismo país, ciertos ciudadanos se verán excluidos, carecerán de derechos que sus conciudadanos sí que poseen.
Desde el derecho internacional y la filosofía moral, es una injusticia evidente. Los derechos humanos deberían ser respetados y ser los mismos para todas las personas, independientemente de su nacionalidad. Pero en la práctica descubrimos que no es así. Precisamente esto es lo que descubrió Arendt hace ya más de setenta años, al ver cómo eran tratados los judíos bajo el régimen nazi en Alemania y en los países que caían bajo su yugo.
Debe ser una lección que no deberíamos olvidar. Si es el sistema político de un país, representado por sus instituciones públicas, el que nos permite vivir bajo el auspicio de una serie de derechos, tendremos que luchar todos por perfeccionar y defender ese sistema bajo el que nos encontramos seguros. Siempre mejorándolo, o tratando de hacerlo, sabiendo de sus carencias, sus contradicciones internas y sus inconvenientes.
Imagen: apuntesdelechuza.wordpress.com