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Los derechos del trabajador

Publicado por Esteban Galisteo Gámez

Este no es un post de carácter jurídico. Es de carácter filosófico y vamos a reflexionar acerca de los derechos del trabajador. Los trabajadores tienen derechos, algunos y en algunos lugares del mundo, por no generalizar demasiado. Y estos derechos son producto de una conquista social. Ser producto de una conquista social, por muy bonita que suene la frase, es algo lamentable y asqueroso. Y es lamentable y asqueroso porque significa, ni más ni menos, que en el pasado un grupo de personas tuvo que luchar, no en sentido metafórico, sino literal, por aquellos derechos. Desde luego, para cada individuo particular es bastante frustrante tener que dedicar parte de su vida (finita, limitada y única) a luchar por sus derechos. Y esto es mucho más frustrante si por el camino te mueres, como víctima de la represión de las clases poderosas, en una revuelta, en una guerra, en un golpe de Estado, etc.

Los derechos del trabajador

¿Por qué se lucha por conseguir derechos?

Comencemos con una obviedad: cuando un grupo de personas lucha por unos derechos, en sentido literal o metafórico, es porque carece de ellos. Y carecer de unos derechos viene a significar, para un grupo, estar en una situación de desigualdad y desamparo ante otros grupos de personas. Así que, otra obviedad, se lucha para superar tal situación de desigualdad y desamparo, de la cual decimos que es injusta.

En el caso concreto de los derechos del trabajador, existía una situación que favorecía a los patronos en detrimento de los trabajadores. Esto ocurría hacia finales del siglo XVIII y hasta el XXI, según cada país. Era la Revolución Industrial. Los trabajadores, que vivían en la miseria, decidieron que era mejor rebelarse que morir de hambre o de frío. Y poco a poco, muriendo trabajadores en guerras, huelgas, revueltas y revoluciones, se fueron conquistando los derechos de los trabajadores. Bueno, y esta es la historia contada en términos muy generales, sin entrar en los innumerables detalles que la completan. En realidad no vienen a cuento.

¿Por qué no se para de luchar para mantener los derechos conseguidos?

Cuando un grupo de personas consigue conquistar unos derechos, puede ocurrir que otro grupo de personas pierda unos privilegios. Para la mayoría de los individuos que pierden privilegios existen las típicas emociones de frustración, descontento, revanchismo, etc. Y solo en algunos casos resignación e incluso devoción. Esas emociones pueden transmitirse de padres a hijos. Bien, por otra parte, los afectados por la conquista de derechos, es decir, aquellos que pierden privilegios, lucharán, en la medida de lo posible, por recuperarlos. Si una generación no lo consigue, sus herederos vendrán.

Y esto obliga a que, además de que nuestros antepasados hayan tenido que luchar por los derechos del trabajador, nosotros tengamos que luchar por mantener tales derechos.

La solución es ponerle fin a la lucha constante

La lucha constante por mantener los derechos de los trabajadores es una actividad bastante desalentadora. Es desalentadora porque uno se pregunta: «bueno, ¿habrá un momento en la historia en el que uno pueda ocuparse tranquilamente de sus asuntos – en mi caso concreto, muy interesantes – y no preocuparse por cuestiones que deberían estar resueltas y superadas desde hace 1.500 años?».

No sé si Karl Marx veía el engorro y el coste humano de pasarse toda la historia luchando unos contra otros para no morir de hambre o de frío a causa de una injusticia social, pero lo cierto es que tuvo la genial idea de que este ciclo hegeliano de tesis, antítesis y negación de la antítesis tendría que romperse. Para él se tendría que romper acabando con las clases sociales, lo cual se conseguía por un proceso que comenzaba por la revolución de una clase oprimida (el proletariado), la dictadura de esa clase (dictadura del proletariado) y la sociedad comunista, en la que no hay clases. Tampoco sé si este es el método para acabar con esta determinista rueda de la historia en la que parece que estamos atrapados, pero de lo que sí que estoy seguro es que, si no queremos morirnos luchando por los derechos de los trabajadores, como nuestros antepasados, y si no queremos que nuestros descendientes, y los descendientes de ellos y todos los que vengan por toda la eternidad, mueran luchando por lo mismo (o pierdan su valioso y limitado tiempo de vida luchando por ello), tendremos que ir poniéndole fin a este detestable ciclo histórico de alguna manera.