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Diógenes de Sinope

Publicado por Ruben Avila

Diógenes de SinopeAyer os hablábamos de Diógenes de Sinope o más bien de su capacidad para la réplica mordaz, independientemente de las circunstancias donde se encontrase. Como vimos, le daba igual verse esclavizado o ante el hombre más poderoso de la tierra que no tenía ningún problema de burlase de él, si lo creía necesario. Sin duda alguna llevó a la práctica lo que pregonaba, ya que, recordemos, era un cínico.

En la actualidad, el significado de la palabra cínico todavía guarda cierta relación con lo que significó en sus inicios, esa visión respecto a la vida que lleva al descreimiento, pero solamente eso, cierta relación. Poco más.

Los cínicos pregonaban que no debíamos dejarnos llevar por las pasiones, ni estar apegados a los objetos materiales. El sabio, ese objetivo al que toda persona tendría que aspirar lograr, era aquél que independientemente de las circunstancias en las que se encontrase no se dejara doblegar, ni se apenase, ni se dejase llevar por la alegría extrema. Ya vimos que Diógenes era un claro ejemplo de esta escuela, pero creo que todavía podemos echar mano de alguna de sus anécdotas, algunas que redundarán en lo ya expuesto pero otras que nos ayudarán a ver desde otro punto de vista al personaje.

Empecemos por las que redundan en lo que ya conocemos del de Sinope por el artículo anterior, entre otras cosas porque merecen la pena aunque sólo sea para pasar un buen rato.

Un día, al ser preguntado por un tirano cuál era el mejor bronce para forjar una estatua, Diógenes le respondió que «el que usaron para forjar a Harmodio y Aristogitón». Sin más explicaciones la réplica no parece gran cosa, pero resulta que Harmodio y Aristogitón eran dos conocidos tiranicidas atenienses a los que se les elevó una estatua. Así que sí, Diógenes le replicó al tirano deseando que fuera asesinado.

En otra ocasión, vieron a Diógenes parado frente a una estatua, con la mano extendida, esperando a que le diera limosna. Naturalmente, se le acercaron y le preguntaron por qué pedía dinero a una estatua, cuando era evidente que no iba a recibir nada a cambio. Sin inmutarse el de Sinope respondió: «Me acostumbro a ser rechazado».

Un día, que como hacía de vez en cuando, se estaba masturbando en el ágora y le afearon la conducta, Diógenes les espetó que « ¡Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!».

Mirándole desde veintitantos siglos de distancia, nos puede resultar un personaje ciertamente sugerente. Un hombre que no le importaba enfrentarse a la autoridad injusta, jugándose la vida sin miedo a perderla; que despreciaba los convencionalismos, no se guiaba por las modas o la opinión de la mayoría.

Pero eso no quiere decir que no tuviera prejuicios ni que no comulgase con las opiniones de sus conciudadanos. Y, como ejemplo, un botón: Paseando por un campo de olivos, vio a unas mujeres ahorcadas, colgando de los propios olivos. Viendo el espectáculo, Diógenes espetó: « ¡Ojalá todos los árboles dieran un fruto semejante». Efectivamente, añoraba ver a todas las mujeres ahorcadas. Y aunque ciertamente la conclusión de lo dicho por él, superase sus propias intenciones, la visión de Diógenes respecto a las mujeres era francamente denigrante.

Imagen: kalokagathoi.blogspot.com.es