Diógenes
Diógenes de Sinope es uno de los máximos exponentes de la corriente filosófica que conocemos como cinismo. Su fundador fue Antístenes pero Diógenes es probablemente más famoso que él, ya no sólo porque llevó los preceptos del cinismo a su máxima expresión, sino por su capacidad de expresar de una manera hilarante lo que pensaba. Si viviera en la actualidad sería un genial cómico, seguramente.
Diógenes llevaba una vida sumamente austera, como así proponía la escuela a la que pertenecía, viviendo en la calle, llevando como vestimenta tan sólo un manto, que también usaba como “manta” por las noches; pidiendo para poder comer en un cuenco que desechó cuando vio a un niño comer del suelo, con las manos; haciendo sus necesidades en cualquier parte, se masturbaba en el ágora si le venía en gana… Y siempre tenía una réplica mordaz, independientemente de lo precaria o peligrosa fuera su situación.
Como muestra de lo anterior, vamos a recordar un par de ejemplos que son esclarecedores además de una comicidad impactante.
En un momento de su vida, Diógenes fue hecho preso y llevado como esclavo a un mercado para ser vendido. Para ello, su captor le preguntó qué sabía hacer, para así poder explicar a los potenciales compradores porqué debían comprarlo. La respuesta del filósofo fue genial. Le contestó que lo único que sabía era gobernar, así que preguntase a ver si alguien quería un amo. Lo curioso es que logró convencer a un hombre para que lo comprase y le diese la tutela de sus hijos.
Porque sí, su capacidad de persuasión estaba a la par de su altanería. Aunque no siempre consiguiera lo que quería. Así, una vez estuvo mendigando a un hombre para que le diera algo para comer. El otro se negaba y, finalmente, le dijo que si conseguía persuadirle le daría lo que quisiera. A lo que Diógenes le respondió que si tuviera capacidad de persuadirle, ya le habría convencido de que se ahorcase.
También cuentan que estando tumbado al sol, en la calle, fue a visitarle Alejandro Magno. Plantándose frente a él, el emperador le dijo que era el hombre más poderoso del mundo y que le podía conceder lo que quisiera. Diógenes, levantó la mirada, se quedó fijamente mirándole y le respondió que lo que quería era que se apartase, que le tapaba el sol.
Su capacidad de reírse de los demás llegaba hasta el punto de colocarse ante una diana que estaba siendo utilizada por un pésimo tirador, asegurando que ese era el sitio más seguro, donde probablemente no le alcanzarían los proyectiles del otro.
El cinismo aseguraba que había que llevar una vida lo más austera posible, que nuestra vida no debía depender de lo material, de aquello que un día pudiéramos tener y al siguiente perder. De ahí la austeridad con la que vivían todos los cínicos. Pero también estaban en contra de los convencionalismos, consideraban que si la naturaleza nos incitaba a comer, beber, miccionar o masturbarnos, no debíamos ocultarnos para hacerlo.
Esta forma de vida es una de las razones, aseguran, por las que a los cínicos se les conocía como la secta del perro. También eran, por lo mismo, motivos de mofa. Así, una noche, en un banquete, los comensales comenzaron a tirarle migas de pan a Diógenes, burlándose de él, tratándole como a un perro. El filósofo, asumiendo su papel perruno, se sacó el pene y comenzó a mearles a todos.
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