La Mitología y el Propósito de la Vida
A cada hombre lo anima, su misión en la vida
Un relato mitológico de épocas inmemoriales, trata de explicar las diferencias individuales de los hombres y el propósito de la vida, desde el momento de la creación.
Estando el creador ante sus doce hijos, sembró en cada uno de ellos la semilla de la vida humana concediéndole distintos dones.
Al primero le dio una semilla para plantarla, pero no la posibilidad de verla crecer. Su vida sería pura acción, la de empezar, iniciar, ser el primero en todo; y además le concedió la virtud de la autoestima.
Al segundo le otorgó el poder de convertir la semilla en sustancia, trabajo que requiere paciencia para terminarlo pero que no admite cuestionamientos ni cambios ni tampoco ayuda de otros; con la virtud de la fortaleza.
Al tercero le concedió el don del conocimiento y la posibilidad de comprender los enigmas del mundo para distribuirlo a todos los hombres.
Al cuarto le asignó la tarea de enseñar el significado de la emoción, y el don de hacerlos reír y llorar para que entiendan que la plenitud viene desde adentro. Y le otorgó el don de la familia para poder multiplicarse.
Al quinto le confirió el don de expresar su creación ante el mundo en todo su esplendor; sin el orgullo de pensar que es obra suya, porque esto provocaría la burla de los demás. Es una tarea de mucho regocijo y alegría si se hace bien, le dijo y a cambio le otorgó el don del honor.
Al sexto le dio el don de examinar la obra de los hombres para recordarles sus errores y para que la perfeccionen, con la virtud de la pureza de pensamiento.
Al séptimo le adjudicó el don del servicio, para que sea consciente de sus deberes hacia los otros hombres y la habilidad para colaborar en la solución de los desacuerdos; con la virtud del amor.
Al octavo le dio una tarea muy difícil, que consistía en el don de conocer las mentes de los hombres hasta llegar a lo más profundo de su alma, pero sin la posibilidad de hablar sobre lo aprendido. Deberá luchar contra sus propios demonios que lo apartarán del camino pero siempre se encauzará con la virtud de la firmeza.
Al noveno le dio el don de divertir a los hombres, amargados por no haber interpretado su creación, que podrán recuperar la esperanza y el buen camino. Para ello le concedió el don de la abundancia infinita para llevar luz a la oscuridad.
Al décimo le otorgó el don de enseñar a los hombres a trabajar y cargar con la responsabilidad de todos sobre sus hombros.
Al décimo primero le dio el don de visualizar el futuro para que el hombre pueda ver otras posibilidades. Tal vez se sienta solo pero podrá abrir los ojos de todos a las cosas nuevas. A cambio le concedió el don de la libertad para servir a la humanidad cuando lo necesite.
Al décimo segundo le correspondió la tarea más difícil de todas, el don de absorber las penas y las lágrimas de los hombres por no saber interpretar a su creador, para devolvérselas al Supremo y ayudar a los hombres a volver a intentarlo. Para ello le concedió también el mayor don, el de comprenderlo a Él, no para comunicárselo a los hombres porque éstos nunca lo escucharán, sino únicamente para él.
Luego, congregándolos a todos les dijo: Cada uno de Uds. son una parte de mi idea, que no refleja la totalidad.
No deberán intercambiar la misión que les he asignado entre Uds. porque son perfectos y pueden cumplirlas. Sólo cuando los doce se conviertan en uno solo entonces se les revelará la idea en su totalidad.
El hombre fracasó en su intento de comprender la obra de su creador y no logra realizar la tarea que le ha sido asignada aún sabiendo que su creador le garantiza el cumplimiento de su trabajo. Sin embargo vuelve de tanto en tanto a pedir un cambio de dones creyendo que los de los demás son mejores.
El creador le concede al hombre un tiempo incontable para hacerlo, a través de sucesivas reencarnaciones, y sólo se liberará de ellas cuando su misión original esté cumplida.