Utopías y Antiutopías
El ideal no existe, por eso no se cumplen en este mundo las utopías. Sin embargo, imaginar una utopía puede ayudar al hombre a mejorar y a elevar su nivel de conciencia.
En la antigüedad, desde la literatura, existen muchos intentos de imaginar utopías. En el libro “República” de Platón, este filósofo describe un Estado ideal, plasmado en su deseo de vivir en un mundo mejor y más próximo a la perfección, que como toda utopía política lleva implícita la crítica al sistema de gobierno existente.
En el siglo XIX, el género utópico prospera y aparecen utopías positivas llenas de esperanzas, deseosas de que se produjera un cambio cualitativo en el desarrollo de la humanidad.
Pero en el siglo XX, con la primera guerra mundial, la revolución rusa y el desarrollo de la técnica y su aplicación para la destrucción masiva; revelan que el progreso le permite a los gobiernos utilizar todos esos inventos para la destrucción y la muerte.
El comunismo y el fascismo constituyen las dos caras del totalitarismo; y el mundo queda frente a la disyuntiva de tener que elegir entre el orden burgués o el orden basado en el control estatal y el dominio de la vida individual.
Ante este estado de cosas los creadores de utopías positivas van desapareciendo y comienzan a surgir otros, con una perspectiva más negativa del desarrollo de la humanidad.
Estas son las antiutopías, las del escepticismo y la desesperación, que describen un estado poderoso que se sirve del progreso científico y de la tecnología para inventar nuevos modos de dominación y utilizan los descubrimientos como instrumentos para la destrucción y para hacer buenos negocios.
En 1932, Aldous Huxley, escritor inglés, escribe la antiutopía “Un mundo feliz”; pero ya existían otras obras precedentes como el libro de Lord Lytton, “La raza futura”, en el que refleja el pesimismo sobre el futuro de la humanidad.
En 1904, Chesterton, publica “El Napoleón de Notting Hill”, donde describe un mundo negativo e infeliz, en el cual los adelantos tecnológicos producen una situación insostenible.
Es notorio que esta literatura es una crítica a las utopías de Weiss, quien confía, por lo menos al principio de su vida, en el desarrollo científico y técnico como factores que pueden contribuir a lograr la felicidad del hombre.
E.M. Forster, escribe en 1912 “La máquina se detiene”, otra antiutopía que fue publicada en 1928, mostrando cómo las máquinas se convierten en un poder para dominar el mundo; ya que la detención de la máquina significa la destrucción del planeta, y se convierte en un elemento tan imprescindible para la vida del hombre que lo hace su esclavo.
En una carta que Aldous Huxley le envía a Victoria Ocampo en 1945, el autor vaticina que el mundo de las próximas tres o cuatro generaciones siguientes, tendría una estructura deshumanizada y sofisticada; y que la tendencia al absolutismo sería imparable, tal como lo refleja su novela.
En otra carta que Huxley le escribe a George Orwell, en 1949, augura que en un futuro próximo el condicionamiento y la narcohipnosis serían instrumentos más eficaces que los calabozos y los garrotes; y que el poder de la sugestión haría que la gente llegue a amar a su estado de servidumbre, más que si se los obligara a latigazos.
Al final de su vida Huxley puede encontrar sosiego en la filosofía oriental del Taoísmo y con las enseñanzas de Lao Tsé aprende a respetar al mundo, porque sólo una sociedad que respete la vida humana, que sea tolerante y libre puede salvarla del abismo, que es hacia donde los poderes políticos la conducen.
Huxley renuncia a la seguridad que pretende brindarle la civilización y elige la libertad, porque sin libertad no puede haber una organización encomiable que haga posible una vida digna de ser vivida.
Fuente: “Un mundo feliz”, Aldous Huxley, prólogo escrito por Ignacio de Llorens, Editores mexicanos unidos, 1985.