La idea de progreso
La idea de progreso es la piedra angular de la visión de la historia que tienen los occidentales modernos. Desde este punto de vista, la historia es vista como una sucesión de acontecimientos, en la que el hombre es el protagonista. En el transcurso de esta sucesión de acontecimientos los seres humanos descubren, aprenden, inventan, crean y mejoran moralmente y los descubrimientos, el aprendizaje, las invenciones, las creaciones y las mejoras morales se van acumulando, de modo que en cada etapa de la historia que uno seleccione, se podrá observar que ha superado a la que le precede y que es superada por la que le sigue, siempre en un sentido perfectibilista.
La idea de progreso tiene antecedentes en la antigüedad, sobre todo en la síntesis entre religión cristiana y filosofía helenística que se produjo entre los siglos III y V d. C., pero no fue hasta la Edad Moderna que esta concepción de la historia se puso de moda, tras la disputa entre antiguos y modernos. Los primeros pensaban que los clásicos griegos eran insuperables y que ya nada que se hiciera podría acercárseles; según los segundos, dado que las gentes de la Grecia clásica y las de la época moderna son más o menos iguales, nada impide que en la actualidad se supere lo hecho en el pasado pues, en realidad, los modernos parten del legado de los que les preceden. Triunfó el segundo punto de vista y la idea de progreso se popularizó.
En el siglo XIX la Revolución industrial hizo que la concepción de la historia como progreso de la humanidad llegara a su punto culmen. A excepción de Nietzsche, que pensaba que la cultura occidental era decadente en sumo grado, y de alguno más, todo el mundo era capaz en aquella época de ver un progreso inmanente en el mismo desarrollo de la historia.
Sin embargo, no todo el monte es orégano, de modo que la misma historia hizo que la idea de progreso se fuera al traste. Todo comenzó en 1914, con la I Guerra Mundial, en la que la depravación humana, la sangre, la destrucción y la muerte, hizo difícil hablar de progreso en sentido alguno. No obstante, la I Guerra Mundial no fue eterna, de modo que en 1918 termina la guerra. Parecía que solo era un error, una mancha en el expediente de una historia progresivamente perfectibilista. Nada más lejos de la verdad. En 1929 cae la bolsa de Nueva York, un jueves apodado «negro». La recesión y la pobreza se disparan a nivel mundial. De nuevo la historia pone al filo de la credibilidad a la idea de progreso. Lo cierto es que tras algunos años de crisis, esta se fue recuperando. A este respecto, la política keynesiana del New Deal llevada a cabo por los Estados Unidos y reproducida por otros países, hacían de la Gran depresión otra mancha negra en el casi impoluto progreso de la historia… por supuesto, si obviamos el auge del nazismo y del fascismo en los años 30.
En 1939 la idea de progreso vuelve a entrar en crisis, con la II Guerra Mundial, una guerra cuya columna vertebral es el racismo. Cincuenta millones de muertes, genocidios y holocaustos (japoneses exterminando chinos, alemanes exterminando judíos, gitanos, homosexuales, etc.) hacen que, de nuevo, hablar de progreso de la historia se convierta en un mal chiste. Pero hay más. La guerra finaliza, definitivamente, con el uso de la bomba nuclear en Hiroshima y Nagasaki. Se muestra que la historia, más que llevarnos a un mundo feliz, gracias a un progreso continuo, nos ha llevado a un mundo en el que la destrucción de la civilización y de la especie humana (y de otras especies) es una posibilidad real y, en ocasiones, incluso algo probable, sobre todo durante la Guerra fría.
Y llegamos al día de hoy, en el que el mundo está cada vez más contaminado y empobrecido, siendo uno de los problemas reales el cambio climático. El agotamiento del petróleo está a la vuelta de la esquina, lo que se llevará al traste nuestra forma de vida, eso sin contar, por supuesto, el problema del agua y el de la superpoblación.
De este modo, la idea de progreso, como forma de concebir la historia está en crisis desde el siglo XX, siendo a inicios del siglo XXI bastante increíble.