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El Pirronismo, de Pirrón de Elis

Publicado por Christian

Si bien en algunos trabajos nos hemos referido de manera resumida y cercana a la corriente de pensamiento escéptica, pocos son los que, de alguna u otra forma, conocen de forma exacta qué fue lo que motivó tal evolución; o, mejor dicho, quién fue la persona específica cuyos trabajos, pensamientos, estudios e investigaciones filosóficas motivaron la aparición de dicha corriente.

El protagonista, en este caso, es Pirrón de Elis, filósofo griego nacido aproximadamente en el año 359. En los primeros momentos, acompañó al gran Alejandro Magno a la India, siendo nombrado -al regresar- por sus conciudadanos como sacerdote principal de Elis, su lugar de origen.

Procedía de una familia humilde, y se tiene constancia de que sus conocimientos los fue obteniendo, quizás, gracias a los viajes que en su juventud fue llevando a cabo año tras año.

Fundó una nueva escuela que, a pesar de su importancia, tuvo una escasa duración; pero fue importante porque, en su mayor conjunto, creó una corriente de pensamiento que encontrará su prolongación en otra escuela que ya hemos visto anteriormente (la Academia platónica), y en algunos pensadores y filósofos independientes: el escepticismo.

Si bien es cierto que, como indican ya algunos estudiosos, podemos encontrar ciertos aspectos considerados como escépticos en la escuela de Megara o algunos sofistas, Pirrón fue el primero que adoptó el escepticismo en sí como una postura definitiva, como una corriente única y destacada dentro de muchas otras.

Suponía en cierto sentido una reacción contra ese determinado dogmatismo que algunas escuelas defendían, indicando que, si la filosofía partía de una actitud de búsqueda, el filósofo considerado como «dogmático», sostiene que ya ha encontrado la verdad. Empero, el filósofo «escéptico» lo pondrá en duda; esto es, se quedará en la búsqueda y afirmará luego que es posible encontrar la verdad definitiva.

Para esta escuela, todas nuestras percepciones no tienen más que un valor relativo, mientras que, en cualquier caso, todas nuestras opiniones se fundamentarían en la tradición.

Pirrón derivaría, por tanto, en una ética que no perturba, dado que nada conocemos con certeza sobre las cosas del mundo, y ninguna vana percepción debería perturbar nuestra vida, nuestro pensamiento y, finalmente, nuestro ánimo.