Artista creador
Según Aristóteles las artes imitativas estaban compuestas por la épica, la tragedia, la comedia, la poesía ditirámbica y la mayoría de la música para flauta y cítara, así como otras disciplinas tales como la pintura o la escultura. De nuestra selección puede parecer que el filósofo griego le daba más importancia a las primeras que a las últimas, pero nuestro énfasis radica simplemente en el hecho de que en el presente artículo vamos a dejar de lado estas últimas, centrándonos en aquellas primeras.
Por otra parte, la enumeración resulta un poco engorrosa puesto que se podría pensar que mejor sería sintetizar en poesía (o «el arte de la palabra») y música, que listar de manera tan específica, cuando aparentemente no aporta información relevante, ya que con “poesía” estaríamos refiriéndonos a la tragedia, épica, etc.
Sin embargo, deberíamos apuntar que en la Antigua Grecia carecían de un término que englobara todas esas artes (la épica, la tragedia…). Y aunque Aristóteles manejaba un lenguaje conceptualmente más rico que el de sus antecesores seguía teniendo considerables carencias. De hecho, él mismo era consciente de que no podía hacer uso de un término que englobara a la literatura en su conjunto, puesto que carecía de él.
Por ejemplo, poeta significaba, según su etimología, creador o, simplemente, como en la actualidad, creador de poemas, por lo que los escritores en prosa quedaban fuera. Así que o era un totum revolutum, un cajón de sastre donde cabía todo, o era tan parcial que dejaba demasiado fuera. De ahí que Aristóteles se viera obligado a enumerar para especificar a qué se estaba refiriendo.
En otro orden de cosas, existían las mismas carencias conceptuales para definir la música o las artes plásticas.
De todas formas, el gran avance aristotélico, que ya apuntamos en artículos anteriores, fue, al introducir la poesía entre las artes imitativas, equiparar arte y poesía; acabar con la división anterior a él que consideraba al primero como producto humano y a la segunda como fuente divina. Como decía Platón «divina locura».
Pero a pesar de que esta postura era la predominante en el mundo griego que vivió Aristóteles, él se negó a aceptarla, y no admitió que la poesía tuviera una fuente divina. Según su consideración, al igual que las otras artes, tenía que ver con las capacidades humanas, algunas de las cuales debían ser innatas, pero otras dependían de la habilidad adquirida por la técnica, es decir, por la experiencia, los años de trabajo, el ejercicio y la puesta en práctica de la disciplina, etc. Así que como las demás artes tendría que estar sujeta a leyes y reglas generales y, por tanto, se podría estudiar, al igual que el resto. Dicho estudio, como es fácil de reconocer, lleva por nombre poética.
Así que aquella distinción primigenia entre arte y poesía, se convirtió bajo el auspicio aristotélico en la diferenciación entre dos tipos de artistas: aquellos que se basan principalmente en su talento, un talento innato; y aquellos que escriben bajo el influjo de la inspiración.
Para Aristóteles son mejores los primeros, puesto que los segundos no son capaces de dominar su arte y pierden con facilidad el control de su trabajo.
Imagen: abraelazuldelcielo.blogspot.com.es