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La felicidad y la reflexión

Publicado por Malena

Alguien que no se detiene a pensar sobre la felicidad que experimenta no es todo lo feliz que podría ser si reflexionara, porque la reflexión nos hace más felices.

La reflexión sobre los hechos que nos suceden y sobre las cosas que acontecen nos permite tomar conciencia de lo felices que somos; porque la reflexión nos da el valor de la felicidad que vivimos.

Las personas que tienen todo lo que desean pueden no sentirse felices, porque les falta reflexionar sobre ello para poder darse cuenta del valor de lo que tienen.

La condición de una auténtica felicidad es la reflexión; por ejemplo, ante un hecho fortuito podemos experimentar momentos felices pero si nos preguntamos sobre todas las circunstancias que lo hicieron posible la felicidad será aún más grande.

Epícuro decía que todo es producto del azar y que el mundo y nosotros podríamos no haber existido.

Podemos reflexionar sobre el privilegio de existir y disfrutar verdaderamente de la felicidad; porque cuanto más reflexionemos sobre nuestra contingencia más podremos disfrutar de nosotros mismos y de nuestra existencia; por lo tanto, la reflexión aumenta la felicidad.

El epicureísmo propone vivir la contingencia del existir no con angustia sino contentos de estar en el momento presente.

No se trata de dedicarse a la lujuria, porque al reflexionar sobre nuestra contingencia cualquier simple placer nos hará sentir felices de existir.

Para Epicúreo, la reflexión puede ser el mejor método para reconocer el presente, porque al hombre le preocupa el pasado y le teme el futuro.

Epicúreo nos dice, con respecto a la muerte, que tenemos que comprender que no tenemos nada que temer, porque si estamos vivos la muerte no está y cuando estamos muertos ya no sentimos más nada.

Séneca por su parte nos propone pensar tanto en ella para que se convierta para nosotros en algo banal y ya no le demos más importancia.

Para Shopenhauer, la muerte no es lo desconocido sino el regreso a la nada, donde nos encontrábamos antes de nacer.

Para ser felices no hay que aturdirse ni huir de la idea de la muerte, sino pensar en ella y tener una idea adecuada para poder aceptarla.

Los estoicos nos alivian de la presencia del pasado que nos atormenta mediante la reflexión.

Si el pasado aún nos corroe de pesar por algo que creímos haber hecho mal, estamos agregando a ese mal, otro que es nuestra actual tristeza.

Lo único que puedo hacer para ser feliz es disipar esa tristeza, que es lo que depende de mí, porque al pasado no lo puedo cambiar; y a la felicidad de disipar mi tristeza se le agregará la alegría de experimentar mi fuerza de voluntad.

Este razonamiento nos permite liberarnos de las penas inútiles del pasado y de los miedos sin fundamento.

De nosotros depende aceptar o no lo que no depende de nosotros, decía Marco Aurelio. Por ejemplo, la muerte es algo que no depende de nosotros, lo que depende de nosotros es la idea que tenemos de ella.

Nuestra libertad esencial de rechazar o aceptar se la debemos a nuestra razón y a nuestra voluntad.

No aceptar lo que no depende de nosotros es agregar otro mal a nuestra desventura, como por ejemplo reaccionar con rabia, celos o necesidad de venganza.

Aceptar lo inevitable es trascenderlo, haciendo de la adversidad una oportunidad para ejercer la voluntad y ejercer nuestro poder de ser felices.

Las reflexiones epicúreas eran recetas para la felicidad, a las cuales les añadían ejercicios físicos y espirituales.

Tener conciencia plena del bienestar del cuerpo nos permite liberarnos mediante la reflexión de la inquietud que lo perturba, del temor y de las falsas ideas sobre la muerte.

Los epicúreos llamaban a la felicidad alcanzada mediante la reflexión “ausencia de trastornos”.

Estar pleno de felicidad es no carecer de nada o sea la ausencia de falta y sólo la reflexión nos enseña a comprender que no nos falta nada.

El secreto es aprender a no desear lo que hace sufrir, como el poder y la eternidad.

La reflexión hace feliz al hombre prudente porque su razón prioriza a la imaginación.

Fuente: “Una semana de Filosofía”, Charles Pépin, Claridad, 2010.