El Deseo de Felicidad
Un pueblo cercano a las altas cumbres del Himalaya, gobernado por un rey que cree en la felicidad, ocupa el octavo lugar en el ranking internacional sobre el arte de ser feliz según mediciones hechas por Adrian G. White, sociólogo británico de la Universidad de Leicester.
Ese pequeño pueblo no necesariamente debe su buen estado de ánimo a sus condiciones económicas, dado que sus habitantes se arreglan con cien dólares por mes, no pueden fumar porque está prohibido en todo el país y las perspectivas de vida no llegan más allá de los cincuenta y cinco años.
Para hacer esta evaluación se tomaron factores como la satisfacción por la propia vida, el valor de la longevidad y el ambiente y los resultados fueron óptimos en cuanto a la sensación de felicidad generalizada.
Descubrir el secreto de la felicidad tal vez nos podría hacer a todos más felices, siempre que estuviéramos dispuestos a aceptar las reglas que se requieran para llegar a serlo.
Pero el saber lo que tenemos que hacer para solucionar los problemas no es suficiente para la humanidad. Porque si fuera así no habría más obesos, ni más drogadictos, ni más alcohólicos, ni más gente desdichada por cometer errores.
Por esta razón, cualquier fórmula para lograr la felicidad, si no se comparte la filosofía en que se fundamenta y si no se está dispuesto a cambiar, estará destinada al fracaso.
En Occidente parecería que tener dinero puede dar una sensación, aunque fugaz, de felicidad. Yo diría más que breve, porque ni bien tenemos todo lo que deseamos ya estamos pensando en otra cosa y esto se transforma en algo de nunca acabar.
Por lo tanto, en este mundo necesitamos dinero suficiente para vivir, pero no demasiado, porque el que lo acumula siempre quiere más y esta necesidad lo llena de preocupación y no le permite ser feliz.
En épocas de bienestar económico general los índices de los países encuestados no indican un mayor grado de felicidad en sus habitantes.
Un estudio realizado en la Universidad de Austin, coordinado por el Dr. David Gauss en Estados Unidos, investigando a 39000 personas, demostraron que la gente joven de los países más desarrollados son más infelices que los que viven en países más pobres.
La felicidad es una sensación interna de plenitud, de gozo, de bienestar general, de armonía que parece no depender tanto de las cosas materiales sino más bien de la ausencia de conflictos consigo mismo cuando la persona ha logrado liberarse de las pasiones y de los miedos; y cuando siente que todo está bien, que está segura y a salvo, aún ante la amenaza de un peligro.
Para poder alcanzar la felicidad es probable que existan tantos caminos como personas en el mundo, y cada una tiene su propia ecuación personal para tratar de lograr esa meta tan deseada.
Aunque sea difícil de creer, las investigaciones demuestran que el aumento del producto interno de un país no se traduce en un incremento de la sensación de felicidad en la población, ni el hecho de tener tiempo libre como tal vez todos querríamos, ni tampoco la posibilidad de gozar de buenas relaciones interpersonales.
El estado feliz parece no depender tanto de lo externo sino más bien del estado interno y todos sabemos que el peor enemigo de una persona es ella misma, la más cruel, la más despiadada y la menos compasiva y considerada.
Porque cuando el yo está escindido y vive agobiado por el otro yo, que permanece separado, da como resultado una personalidad insegura, conflictiva y desintegrada.
Creo que todos podríamos elegir ser felices, porque en última instancia parece depender sólo de nosotros mismos, de nuestra forma de vida, de nuestras decisiones, y de nuestra forma de ver el mundo, cuando no se tienen demasiadas expectativas ni pretensiones.