Creación
Desde el punto de vista filosófico, el término creación se puede entender en cuatro sentidos:
1) como la producción humana de una cosa desde una realidad preexistente, de tal manera que ese algo no se encuentre en tal realidad.
2) Como la producción natural de una cosa desde algo preexistente, sin que el efecto se halle excluido en la causa, o sin que tal efecto sea necesario.
3) Como producción divina de una cosa desde una realidad preexistente que dé como resultado un cosmos a partir de un caos
4) Como producción de algo desde la nada.
El sentido 1) es el que se le da comúnmente a la producción artística o cultural humana.
El sentido 2) es el que se le ha dado a la evolución del mundo, principalmente de las especies biológicas; por ejemplo, “la evolución creadora” de Bergson.
El sentido 3) es la creación interpretada como un dios de tipo platónico y también como emanación.
El sentido 4) es el propio de la tradición judeocristiana.
Los griegos trataron ampliamente la creación en el sentido de una producción original de una cosa, pero basada en una realidad preexistente. Ellos no admitían otra clase de creación y la llamaron poesía, obra o producción, que podía darse de distintas formas y en diferentes realidades.
Cuando se trataba de la producción de un pensamiento se encontraban con algunas dificultades, ya que no es lo mismo que producir un objeto.
Sin embargo, entendían el modo de producción a partir de otra.
Para ciertos epicúreos, en parte estoicos, la producción del pensamiento era análoga a la producción de cosas.
Los neoplatónicos, esencialmente, tomaron el camino contrario y esta concepción se difundió velozmente al terminar el mundo antiguo, hasta el extremo de considerarse como la típica forma de pensar helénica.
El pensamiento griego, principalmente en su última época, trató infructuosamente de explicar la creación desde el punto de vista metafísico, pero sin alcanzar la idea judeocristiana de creación desde la nada.
En la tradición judeocristiana, la creación de la nada es central y se encuentra en parte en las Escrituras, admitiendo una causalidad eficiente, absoluta y divina; o sea, un agente que hace emerger fuera de sí algo que antes no existía.
Santo Tomás aclara que esta creación no se puede comparar con ninguna otra realidad, porque no es una materia, ni un instrumento ni una causa.
La creación desde la nada, dice Santo Tomás, no expresa causa material alguna.
Sólo de esta manera se puede admitir la creación continua que sostienen casi todos los filósofos cristianos más importantes, desde Santo Tomás a Descartes y Leibniz.
Según este último filósofo, el hombre creado depende de la continuación de la obra divina.
Descartes, por su parte, supone que cada instante está sostenido por la incesante continuidad de la operación divina.
La creación de la nada no es comprensible intelectualmente, porque de la nada no surge nada.
Como no se puede explicar conceptualmente, entonces la creación en este sentido ha sido relegada a un artículo de fe, incompatible con el saber racional o empírico; o sea que ha sido considerada una cuestión metafísica que la razón no puede explicar.
Otros autores piensan que esta es una cuestión que podría concebirse por otros caminos que trascienden la razón pura, como la ampliación de la lógica del principio de identidad, en una lógica del devenir, de la vida, que es el resultado que encuentra Hegel.
Existe una relación dialéctica entre la producción humana y la creación divina, porque ni bien se trata de comprender una se cae fácilmente en la otra.
La creación humana, de alguna manera, sólo puede comprenderse cuando tiene algo que puede considerarse como creación divina.
Fuente: “Diccionario de filosofía abreviado”, José Ferrater Mora.